viernes, 3 de septiembre de 2010

MANTUVIERON LA PICA EN FLANDES.

Ambrosio de Spinola
En la gloriosa época del Imperio Solar Español se acuñó el dicho “poner una pica en Flandes”, cuyo significado es conseguir realizar una hazaña muy costosa. Su origen viene de lo complicado que era llevar las tropas españolas acantonadas en Italia, al siempre beligerante territorio de Flandes cuando allí estallaban los conflictos y revueltas que caracterizaron nuestra presencia en aquellas inhóspitas tierras. A través del “Camino Español” los Tercios españoles batieron auténticos records de velocidad para llegar a tiempo de sofocar los levantamientos y clavar la famosa pica. Aunque este camino tenía varias ramificaciones y fue variando a lo largo del tiempo, el itinerario más común era el que iba de Milán a Namur, unos 1150 km, que se recorrían en tan solo 48 días de media. Más impresionante aún fue cuando en Febrero de 1578 una expedición española lo hizo en tan solo 32 días, en brutales marchas forzadas de más de 35 km diarios durante más de un mes, para poder llegar a tiempo de cumplir su objetivo.


Pero si difícil era llegar a Flandes, no menos lo era el mantener allí la paz y el dominio español. Los mejores soldados y generales de nuestra Patria se curtieron allí durante casi dos siglos. Muchos son los nombres a destacar, como el gran Duque de Alba, aún hoy el “coco” para los niños holandeses, pero en este artículo nos centraremos en dos figuras, muy bien retratadas en un libro que hace tiempo llegó a mis manos y el cual recomiendo, LOS GENERALES DE FLANDES: ALEJANDRO FARNESIO Y AMBROSIO DE SPINOLA, DOS MILITARES AL SERVICIO DEL IMPERIO ESPAÑOL.

Detalle del cuadro de Velázquez sobre la rendición de Breda,
donde se ve a Spinola recibiendo las llaves de la ciudad.
De origen genovés y familia banquera adinerada, Ambrosio de Spinola fue un hombre de honor que gastó grandes fortunas en crear un ejército personal con el que servir al rey de España y ganar la gloria militar que tanto anhelaba. Consiguió grandes victorias para España en los inicios del siglo XVII, pese a que significó su ruina financiera. Su recompensa llegó cuando en 1611 se le nombró “Grande de España” y en 1620 fue nombrado Capitán General por una brillante campaña en el Bajo Palatinado en el marco de la Guerra de los Treinta Años. Su victoria más brillante la consiguió en 1625, con la famosa toma de Breda, que tan bien inmortalizó Velázquez en su cuadro de las lanzas. Como a muchos otros, su éxito le valió para caer en desgracia a ojos del envidioso valido del rey Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, que no paró de zancadillearle en sus funciones hasta que pobre y dejado a su suerte murió en el sitio de Casale en Septiembre de 1630.
Bandera del Tercio de Spinola.

Alejandro Farnesio
Quizás más conocida es la figura de Alejandro Farnesio, por eso de que hoy día da nombre a uno de los Tercios de la Legión Española. Anterior a Spinola, era también italiano, sobrino de Felipe II, por ser hijo de Margarita de Parma, hija ilegítima del emperador Carlos V. Conocía bien Flandes por haber sido sus padres gobernadores y allí participó en numerosas acciones, como comandante del ejército de su tío Don Juan de Austria, con el que también luchó en la famosa Batalla de Lepanto. Tras la muerte por tifus de Don Juan, será el propio Alejandro quien tome el control de la zona y desarrolle una brillante gestión. Reconquistó las provincias de Brabante y Flandes y se panto ante Amberes, poniéndola sitio y destacando como un genio militar hasta rendirla en el 15 de Agosto de 1585. Como era hijo del Duque de Parma, recibe este título a la muerte de este, pero Felipe II no le deja visitar dicho ducado porque lo considera imprescindible en Flandes. Fue el encargado de mandar las tropas de tierra que debían embarcar en la Armada Invencible para invadir Inglaterra, y para ello conquistó Sluis como base de operaciones. Tras el fracaso de la invasión se instaló en Dunkerque. Fue enviado a Francia para apoyar a los católicos en la guerra de sucesión tras el asesinato de Enrique III, volviendo de nuevo a Flandes tras la conversión de Enrique IV. Murió en 1592 con tan solo 38 años a causa de una enfermedad.

Farnesio, Spinola, Don Juan, Requesens… muchos y grandes nombres que cubrieron de gloria las armas españolas en una tierra que esta regada por su sangre.


Video sobre el asedio a Breda y el cuadro de las lanzas hecho por la maravillosa web artehistoria.

jueves, 2 de septiembre de 2010

LOS GARROCHISTAS JEREZANOS DE BAILÉN.

Aunque ya han pasado las celebraciones por el segundo centenario de la Batalla de Bailén, es justo homenajear a unos hombres a los cuales la historiografía actual se ha empeñado en menospreciar su papel en tan famosa batalla, nos referimos a los antaño famosos garrochistas de Bailén.


Garrochistas en una reconstrucción histórica de Bailén.
Para los que no estén muy duchos en el tema, los garrochistas son los hombres a caballo encargados de cuidar las reses de toros, se puede decir que son sus “pastores”. Para controlar a estos poderosos animales se ayudan de un palo de unos 3 metros de largo, llamado garrocha, de la cual toman su nombre.


Cuadro de un garrochista.

Tras los hechos del 2 de Mayo en Madrid y la entrada del General Dupont en Andalucía, los patriotas de esta tierra empezaron a organizarse, especialmente al contemplar los desmanes y abusos que las tropas francesas cometieron en Córdoba. Bajo el mando del General Castaños se empezaron a agrupar miles de andaluces y gentes huídas de otras regiones, deseosos de vengar la afrenta francesa. Estos voluntarios procedían de todas las clases sociales y oficios, y con más o menos experiencia militar, lo que no faltaba era el valor. Entre todos ellos, empezaron a llegar los garrochistas, la mayoría de Jerez de la Frontera, tierra famosa por sus buenos caballos, y también algunos de la localidad sevillana de Utrera. No está muy claro cuál fue su número, pero según los estudiosos del tema, podrían rondar entre 250 y 500 efectivos. Pronto destacaron por sus vestimentas, llevaban un pañuelo de color rojo en la cabeza atado a la nuca cuyos picos caían sobre la espalda dejando ver una coleta envuelta por redecilla negra, sombrero calañés con moña, chaquetilla corta con hombreras y caireles, chaleco medio abierto por el que asomaba un pañuelo atado al cuello, faja negra o roja, calzones ajustados hasta la rodilla y botín abierto que dejaba ver medias azules o blancas. Como armamento tenían un cuchillo de monte en la faja y sus famosas garrochas para picar toros, pero a las que a muchas se les había cambiado la puya por punta de lanza.

Encuadrados en la 4ª División del General Manuel de la Peña, ya tres días antes de la gran batalla en Bailén tuvieron un importantísimo papel en la toma de Mengíbar, bajo el mando del Capitán José Cheriff, cayendo el mismo en la acción junto a los primeros garrochistas que regaron con su sangre la tierra andaluza. Pero fue el 19 de Julio cuando su nombre se incorporó a la leyenda. Gracias a sus dotes como excelentes jinetes y a lo ligero de su equipo, podían maniobrar con gran rapidez entre los numerosos olivares que pueblan esa tierra jienense, y así de forma temible cargaron a todo galope con una formación en cuña que diezmó a la vanguardia enemiga, deshaciendo el ala izquierda francesa y adentrándose hasta el grueso del ejército a través de los olivares al grito de: ¡¡España Jerez, a por ellos, como a las vacas!! Tras el tremendo choque, los garrochistas se cebaron en perseguir a los franceses, hasta que la superioridad numérica de éstos acabó con su valor. Para comprender lo valeroso de su acción, basta decir que solo 30 sobrevivieron. Aquellos audaces lanceros voluntarios de Utrera y Jerez vestidos de paisano asombraron a los oficiales napoleónicos tanto por su bravura e indumentaria como por su armamento, ya que nunca antes aquellas gruesas y largas garrochas de tres metros de largo se habían visto en una batalla moderna. En el parte del general Reding a Castaños de fecha 22 de julio de 1808, se alaba a estos voluntarios utreranos y jerezanos, calificándolos de “bisoños triunfadores de las águilas napoleónicas”. El 24 de agosto de ese mismo año las tropas del general Castaños entraron victoriosas en Madrid, con ellas, un puñado de jinetes jerezanos causaron la admiración de todos por su fama y peculiar indumentaria, eran los supervivientes de aquella histórica gesta. Después de aquella batalla muchos serían los garrochistas jerezanos que siguieron engrosando la caballería del ejército español, circunstancia ésta que trajo en jaque a los franceses hasta su salida definitiva de suelo patrio. Ello podemos desprender de un bando publicado en febrero de 1810 colgado en las plazas de Jerez, cuando las dichas tropas napoleónicas ocuparon la ciudad. Entre otras muchas medidas de represión decía lo siguiente: “Todo individuo que auxilie a los garrochistas será fusilado o ahorcado. El que avise para prenderlos será gratificado con cuatrocientos reales y si el mismo es soldado será ascendido”.

Quisiera dedicar este artículo a un jerezano de pro, orgullo de su tierra tanto él como su familia, mi compañero Alejandro Sánchez Sabido.
Maqueta de un garrochista en Bailén.


Bibliografía: -Wikipedia.

-Artículo de Antonio Mariscal Trujillo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

LA RESISTENCIA DE SAGUNTO.

Cuando hablamos de resistir hasta el final, de defender lo nuestro hasta que no nos quede ni una brizna de fuerza, siempre nos viene al recuerdo la resistencia de la ciudad de Numancia contra los romanos. Cierto que fue esta una gesta increíble y merecedora de su fama, pero no es algo aislado, ni mucho menos, en la historia del pueblo español. Casi un siglo antes de la epopeya numantina, otra ciudad española protagonizó un episodio muy semejante. Entonces el enemigo no era Roma, sino Cartago, y aunque no era Escipión el general que mandaba el asedio, el que estaba al frente de los cartaginenses no le quedaba a la zaga, pues era el mismísimo Aníbal que sembró Roma de terror. La ciudad que se enfrentó a él hasta el final era la edetana Arse, o como la bautizaron los romanos, y cuyo nombre ha llegado hasta nuestros días, Sagunto.


Hemos de situar los hechos a finales del siglo III a.C., concretamente en el 218 a.C., en el preludio de la Segunda Guerra Púnica que enfrentaría a las dos potencias del momento, Roma y Cartago. Tras la primera guerra entre ambas, Roma había vencido y Cartago se vio obligada a pagar grandes tributos como compensación. Para poder obtener recursos con que pagarlos, y de paso aumentar sus fuerzas, Cartago, concretamente a través de la familia Bárquida, había invadido una parte de Hispania. Roma veía con preocupación estos movimientos y presentó sus quejas. El asunto se zanjó con el Tratado del Ebro, por el cual ambas potencias limitaban sus áreas de influencia en Hispania con este río como frontera. El problema era que al sur del Ebro, que era la zona cartaginesa, había ciudades, como Sagunto, aliadas de Roma.

Sagunto era entonces una ciudad ibera, de la tribu de los edetanos y que recibía el nombre de Arse. Era una de las ciudades más poderosas de Levante y otras ciudades vecinas, de la tribu de los turboletas, la temían por sus ansias de expansión. Estas ciudades se aliaron con Cartago, que para entonces ya mantenía una autentica guerra fría con Roma. Sagunto fue el detonante para que estallara la guerra. Roma argumentó que habían atacado a una aliada suya, y Cartago se excusaba en que la ciudad estaba en su territorio y se había revelado a su autoridad.

La mayor parte de la información que tenemos del asedio es a través de las fuentes romanas, especialmente Tito Livio, que como es normal son muy partidistas a favor de Sagunto, pero no nos queda más que confiar en su criterio.
 Aníbal se presentó ante Sagunto con una estrategia firme, sin riesgos, basada en asediar por tres flancos, el valle, el río y en el punto más débil de la ciudad, el extremo occidental del alcázar. Para ello contaba con lo último en poliorcética (arte del asedio), torres de asalto, ballestas, arietes, etc. Lo que en un principio parecía iba a ser una rápida conquista, se prolongará durante 8 largos meses.

Los arietes cartagineses encuentran muchas dificultadas para acercarse a las murallas, ya que desde ellas los edetanos les arrojan de todo. Además aprovechan las noches para hacer incursiones en el campamento cartaginés y provocarles numerosas bajas. Finalmente los cartagineses consiguen derrumbar tres torres de las murallas de la ciudad y por esta brecha lanzan su ataque. Los saguntinos se concentran aquí y no solo rechazan el ataque, sino que hacen huir al enemigo hasta su campamento. Un arma que dio gran resultado a los edetanos fue la falárica, una fina lanza que untaban de pez (semejante al petróleo) y le prendían fuego. Al caer sobre los escudos de los cartagineses, estos se veían obligados a soltarlos y quedaban indefensos ante los proyectiles saguntinos.

En el transcurso del asedio y antes de que Roma declarara formalmente la guerra una Cartago, la ciudad eterna envió una embajada a entrevistarse con Aníbal y pedirle explicaciones. El encuentro fracasó y la guerra era inminente. Roma, ocupada en sofocar una revuelta en Iliria, no envió ningún tipo de ayuda a su aliada Sagunto.

Aníbal estaba cada vez más desesperado por la tardanza en tomar la ciudad y redobló sus esfuerzos. Con las torres de asalto consiguió abrir varias brechas y los saguntinos se ven cada vez más acorralados, teniendo que usar los escombros para construir nuevas defensas. Tras un sangriento asalto, Aníbal se apodera de una de las torres del Alcázar. La situación es cada vez más desesperada para los saguntinos que están acorraladas y alimentándose de cortezas de árbol y cuero reblandecido, por lo que deciden pedirle a Aníbal sus condiciones para la rendición. Este les exige unas condiciones durísimas, como todo el oro y palta de la ciudad, devolverle a los turboletas todo lo robado y dejar la ciudad con tan solo dos vestidos. Los edetanos, orgullosos guerreros iberos, no pueden soportar esa humillación y deciden que es mejor resistir hasta la última gota de sangre. Montan una enorme pira en la ciudad donde arrojan todos los objetos valiosos junto a plomo y bronce, para que al fundirse estropearan el oro y la plata e impidieran su uso por parte del enemigo. En un último acto suicida, con las pocas fuerzas que les quedan, quieren morir haciendo el mayor daño posible y salen de la ciudad cargando contra los cartagineses para llevarse al otro mundo a los máximos posibles. Poco pueden hacer ante el poderoso ejército enemigo y rápidamente caen todos. Las mujeres ven estos sucesos desde lo alto de las murallas, desesperadas matan primero a sus propios hijos y luego se lanzan al abismo para que ninguno de ellos sea mancillado por los invasores. La salvaje resistencia ha concluido. Tras 8 meses Aníbal solo podrá recoger cenizas y cadáveres como botín de su victoria. Sagunto y los edetanos han pasado a ser parte de la historia más gloriosa de nuestra Patria.

Últimos días de Sagunto, de F. Domingos Marqués,
Palacio de la Generalidad, Valencia


Bibliografía: -www.rutasdevalencia.com

-www.historialago.com

-Wikipedia.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...