domingo, 9 de diciembre de 2012

El Salado, el fin de la última invasión.

Tras la famosa batalla de las Navas de Tolosa, con la consecuente caída del poder almohade, los reinos cristianos se habían hecho amos y señores de la situación en la Península Ibérica. Los débiles reinos de Taifas fueron cayendo uno tras otro, especialmente bajo el reinado del rey santo Fernando III. Solo Granada  (que comprendía la actual provincia, más Almería, Málaga y el istmo de Gibraltar) resistía, aunque a costa de pagar grandes tributos a Castilla.
Cuadro del Siglo XVII sobre la batalla que se
encuentra en el Real Monasterio de Guadalupe
Mientras, en el norte de África, un nuevo poder controlaba la zona, los benimerines. Desde finales del siglo XIII intentaron pasar a la península y no dejaron de mandar ayuda a sus compañeros de fe granadinos. Famoso fue su intento de toma de Tarifa en 1294, rechazado por el empeño del gran Guzmán el Bueno. La gran ventaja de los benimerines era la superioridad de su flota, con la que lograron el control del estrecho. Gracias a esto, consiguieron arrebatar Algeciras a los cristianos en 1329, desde donde lanzaron una ofensiva que acabó con la toma de Gibraltar en 1333. En los años siguientes, trataron de reforzar estas bases para un nuevo intento de ocupar la península. Para evitar grandes desembarcos de tropas, fue fundamental el papel del Almirante castellano Alfonso Jofre Tenorio, que pese a su enorme inferioridad, se convirtió en una pesadilla para los intereses musulmanes. En 1325, con tan solo seis galeras, ocho naos y otras seis embarcaciones menores, logró derrotar a una gran flota enemiga. Pero, con tan pocas naves, sabía que tarde o temprano no podría evitar el desembarco enemigo. Fue por esto que en 1339 fue reforzado por una flota bajo el mando del Almirante aragonés Gilabert Cruilles. Sin embargo, este fue herido en una escaramuza y al retirarse, los benimerines, aprovechando esta situación y la noche se lanzaron al paso del estrecho con 140 naves de transporte y 70 galeras. Por prudencia, Jofre Tenorio no se arriesgó a salir contra esta expedición, lo que le valió las críticas de todos, incluido el propio rey. Dolido en el orgullo, Tenorio se lanzó a una operación suicida en la que perdió la vida y casi todas sus naves. Tras esto, no quedaba ningún freno al flujo de tropas hacia Algeciras. El rey de Granada, Yusuf I, se frotaba las manos. Gracias al apoyo del rey de los benimerines, Abu Hasan, iba a poder quitarse por fin de encima el dominio de Castilla. Por otro lado, el rey de esta, Alfonso XI, se veía en una situación cada vez más amenazante, por lo que no dudo en pedir ayuda al Papa y a su suegro, el rey de Portugal, Alfonso IV. El santo padre dio a la campaña calificación de cruzada, con lo que recibió ayudas económicas y de hombres, especialmente de Aragón y Portugal. Portugal, acudió con su rey al frente a la contienda, más una flota para equilibrar las fuerzas en el estrecho y 2000 caballeros.
Estatua de Alfonso XI en Algeciras para conmemorar
su gran victoria en el Salado.
En este momento la situación se encuentra así; mientras el rey castellano busca refuerzos, los reyes Yusuf y Abu Hasan han puesto sitio a la deseada Tarifa. Reunido Alfonso XI con su suegro, marchan raudos a la ciudad sitiada, situándose en la orilla occidental del río Salado, al oeste de Tarifa. En una hábil maniobra, Alfonso XI consigue introducir en Tarifa 1000 caballeros y 4000 infantes para refrescar las exhaustas fuerzas de la ciudad. Además una escuadra combinada de aragoneses y genoveses, bajo el mando de Pedro de Moncada, introduce también algunos marineros.
Las fuerzas musulmanas se dan cuenta de que están perdiendo el control de la situación y deciden plantear una batalla en campo abierto, pues sus fuerzas sumaban 80000 hombres, frente a los 20000 infantes y 10000 caballeros castellanos y sus pocos refuerzos de Portugal y Aragón. Era el 30 de Octubre de 1340.
Cada ejército pasa a ocupar una orilla del rio. Los castellanos, como es habitual, tienen su mejor arma, la caballería pesada al frente. Sin embargo, el control de los vados por los que se puede cruzar el rio, es de los infieles. El rey castellano no se decide a pasar, hasta que dos de sus caballeros, los hermanos Gonzalo y Garci Lasso Ruiz de la Vega, en un gran acto de valor, espolean sus monturas, contagian al resto y se lanzan al cruce de un puente. Tras el paso del rio, vuelven a formar la línea de caballería y se lanzan con todo contra la vanguardia musulmana, compuesta por una gran masa de infantería. Los peones musulmanes caen aplastados, la famosa caballería ligera benimerín que formaba detrás se lanza en su ayuda, pero es detenida por los infantes castellanos que ya han tenido tiempo de cruzar el río y por la reserva de caballería de Gonzalo de Aguilar. Nada pudo hacer en un espacio tan cerrado la caballería ligera musulmana, más acta para espacios abiertos. Algo parecido ocurrió en el flanco derecho, donde la caballería portuguesa derrotó a la nazarí. A los musulmanes les quedaba la baza de su retaguardia, formada por la mayoría de sus infantes, pero en este momento, los defensores de Tarifa realizan una salida de la ciudad y los encierran entre dos frentes, sufriendo grandes bajas. La victoria cristiana es total, toman el campamento y dejan más de 40000 muertos enemigos sobre el margen del Salado. A esto se suma un enorme botín que reventó los mercados de oro y plata de España y Francia.
Esta victoria fue sonada en toda la Europa cristiana, que se inflamó de una gran dosis de moral. Alfonso XI envió al Papa Benedicto XII a 24 presos con todas las banderas capturadas al enemigo, además de grandes riquezas tomadas al mismo. Un enemigo que ya nunca más osaría tratar de invadir esa tan codiciada Hispania, que ahora solo tenía un pequeño y aislado pedazo musulmán, que gracias a sus riquezas y a las guerras civiles cristianas, resistiría un siglo y medio más el imparable avance de la Reconquista.
Alfonso XI representado en el fragor de la batalla
 

 
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