domingo, 24 de junio de 2012

García Fernández, Conde de Castilla, único freno de Almanzor.

Imagen de García Fernández en Salamanca
Conocidos son los estragos que Almanzor hizo en la España cristiana de fines del primer milenio. Indiscutible es la gran fuerza militar de este gran caudillo sarraceno, pero lo que también es cierto que pocos se atrevieron a hacerle frente. Muy al contrario, fueron muchos los reyes, condes y grandes señores que se le sometieron a cambio de prebendas. Valga como ejemplo, que en la famosa destrucción de Santiago de Compostela del 997, hubo señores leoneses entre las tropas del líder árabe.
Pero a lo largo de su victoriosa carrera, Almanzor tuvo en Castilla a un rival digno, el Conde García Fernández, que pese a sufrir varias derrotas, nunca se doblegó al poder de aquel diablo que asolaba las tierras reconquistadas.
Cuando en 970 heredó el condado de Castilla de su padre, Fernán González, se encontraba en una fase de paz con el califa de Córdoba, que por aquel entonces era Al-Hakam. En 974 decide romper la paz y ataca las tierras musulmanas de Soria y Guadalajara, tras formar una coalición con los reyes de León y Pamplona y otras poderosas familias. El general eslavo Galib, el mejor de la época en Córdoba les frena en el intento de tomar la importante plaza de Gormaz.
Pasan los años, Almanzor se ha hecho con el poder absoluto en Córdoba y empieza a golpear con dureza la frontera y las tierras cristianas. García Fernández cree con razón que hay que contrarrestar estas acciones y aliviar la frontera volviendo a intentar tomar Gormaz. Pide audiencia a su señor, el rey de León Ramiro III, pero este está escaldado de los enfrentamientos contra el poderoso Almanzor, y se la niega. No se rinde nuestro conde, y pese a no contar con ningún apoyo se lanza a tomar la plaza con un fuerte ejército castellano. El cómo había conseguido reunir estas huestes en su condado se debe principalmente a la promulgación de los Fueros de Castrojeriz. En base a estos fueros, se equiparaba legalmente a los campesinos que dispusieran de un caballo y armamento para hacer la guerra –los llamados infanzones-, con la baja nobleza. De esta manera, García Fernández atrajo a un gran número de estos infanzones a sus tierras, pudiendo formar así una fuerza militar considerable.
Estamos en 978 cuando el conde de Castilla inicia su ofensiva sobre Gormaz, la cual toma rápidamente, consiguiendo un éxito que nadie esperaba. Pero no se detiene aquí García Fernández, sino que continúa su campaña y saquea Almazán y Barahona, además de Atienza. La llegada del frío le hace retornar a sus tierras castellanas, cargado de un gran botín.
Mientras Almanzor  entraba en una especie de guerra civil con su suegro, el general Galib. García Fernández se alía con el general eslavo, pero la gran fuerza militar organizada por Almanzor les derrota en San Vicente. Era el año 981, el mismo en que una nueva coalición, de Castilla, León y Navarra se enfrente en Rueda a Almanzor, que una vez más sale vencedor, siendo a raíz de esta batalla cuando toma su sobrenombre de al-mansur, el victorioso. Esta derrota supuso la rebelión de los nobles gallegos del Reino de León, que deponen a Ramiro III y sitúan en el trono a Bermudo II. Tanto estos nobles, como el rey se convertirán de manera humillante en vasallos de Almanzor. Pronto le seguirán el resto de coronas y condados; García Fernández se quedará como el único opositor al poder avasallador de Almanzor. Este no deja de asolar las tierras cristianas, en especial de aquellos que osan no someterse. Pero García, pese a tener que ir retrocediendo terreno, no deja de causar dificultades a Almanzor y de intentar unir a los poderes cristianos contra el enemigo musulmán.
El invencible Almanzor no da crédito a que un simple conde, vasallo de León, sea tan terco y obstinado. A esto se suma la rebelión de uno de sus hijos, Abd Allah, que busca refugio en los dominios del conde de Castilla. Mientras, en 989, Almanzor vuelve a toparse con las defensas de Gormaz, pero asola el resto de la comarca. García Fernández llega a un acuerdo con él, le devolverá a su hijo a cambio de la paz y de que no le haga ningún daño. Almanzor acepta, pero no respeta el pacto y decapita a su propio hijo.
La paciencia de Almanzor se está agotando y se dispone a emplear una de sus tácticas preferidas, la compra de voluntades. Es aproximadamente lo que se narra en el Romance de los Siete Infantes de Lara, según el cual, la familia Lara, una de las más poderosas de Castilla, traiciona a su conde. En la trama está involucrada hasta la propia esposa de García. No sabemos la verdad que puede existir en este romance, pero sin duda, algo de cierto hay. Más aún, cuando lo que sí está probado es que será Sancho García, el hijo del conde, el que se alíe con Almanzor en contra de su padre. El motivo fue seguramente ver como todos los señores de la época lograban grandes prebendas al someterse al musulmán, mientras que, por el contrario, su testarudo padre no dejaba de sufrir las penalidades de la guerra y perder territorios y riquezas en sus luchas contra Almanzor. A esta triste traición, se une la de los infanzones de Espeja, una población de la frontera. Entre 993 y 994 caen Gormaz, Clunia y Osma. Es un golpe muy duro para García Fernández. Pero una vez más, cual ave fénix, el conde se rehace. Reorganiza sus fuerzas y contraataca para pedir cuentas a los de Espeja y atacar Medinaceli, haciendo retroceder a las fuerzas musulmanas. Será en el eje entre Langa y Peñaranda donde se dispute la batalla final. Volviendo a la leyenda del romance, doña Ava, la mujer de García Fernández, estaba compinchada con Almanzor. Esta alimenta al caballo de su marido de salvado en vez de cebado, para que se mantuviera robusto, pero sin fuerzas. De esta manera, al poco de ser montado por el conde, el caballo desfalleció y el castellano fue derribado y cayó malherido. Ciertamente, en una batalla cerca de Alcozar, el conde castellano cae gravemente herido, sus fuerzas se dispersan y es tomado prisionero. Almanzor por fin ha capturado a su eterno enemigo. Ordena que sea llevado a Córdoba donde será encarcelado y ajusticiado, pero las heridas son muy graves y García Fernández muere poco después, privando a Almanzor de su venganza. En un gesto nada habitual para este demonio, sabe reconocer al único rival digno que tuvo y entrega el cuerpo a los cristianos de Córdoba para que le den sepultura.
Muerte García Fernández ya nadie queda para hacer frente a Almanzor, pero su ejemplo de lucha calará en la generación posterior. Los hijos de los señores sometidos –incluso Sancho García, que cambiará su actitud con los años-, se hartan de vivir bajo la humillación del yugo del musulmán. Uno a uno, cuando vayan llegando al poder, se rebelaran contra Almanzor, hasta la muerte de este, que marcará el inicio de una gran crisis en el califato y de la recuperación de los reinos cristianos, en la cual tuvo bastante que ver el espíritu combativo y rebelde del conde García Fernández, “el de las manos blancas”.

lunes, 11 de junio de 2012

Los Tigres de Buharrat.

Legionarios de la III Bandera con el famoso estandarte del tigre
Ya hemos contado en otras ocasiones, que en sus inicios, el recién creado Tercio de Extranjeros carecía de la confianza del alto mando. Sus primeros servicios se daban lejos de la vanguardia y los primeros legionarios tuvieron que aguantar burlas de los soldados de otras unidades, sobre todo, por su característico gorrillo. Poco duro esta situación, el desastre de Annual catapultó a la Legión a la fama, pero unos días antes, esta legendaria unidad ya empezó a demostrar de lo que estaba hecha y supo acallar las críticas y los comentarios burlones. Una de esas primeras jornadas de gloria, fue la protagonizada por la III Bandera en Buharrat, siendo conocidos sus hombres a partir de entonces como los Tigres de Buharrat.
Bajo el mando del Comandante Candeira, en Febrero de 1921 la III Bandera había llegado a Tetuán, para como el resto, ser revistada por el Alto Comisario, causando una gran impresión entre el público asistente. De allí partió a realizar servicios de seguridad y protección de caminos, hasta que en Mayo llegó a Xauen, con la misión de proteger la ciudad. En estos días, las vanguardias de las columnas que protegen el lugar traban un breve combate con el enemigo, siendo  recibidos estos primeros disparo con gran júbilo por parte de los legionarios, que no ven la hora de entrar en combate. Pero los días pasan y no acaba de llegar el esperado día de bautizarse en un gran combate. Se construyen blocaos y se asegura la zona, más parecen peones e ingenieros, que soldados de infantería. El día 24 de junio, las tres banderas vuelven a unirse en el Zoco el Arbaa. Sus relaciones con los Regulares son cordiales, pero tendrán que llegar a las manos con otros soldados que les cantan aquello de “¿Quiénes son esos soldados, con tan bonitos sombreros? Son el Tercio de legionarios que llena sacos terreros”
Tiene la esperanza de encontrar la acción en las futuras operaciones que se presentan sobre Beni Lait, con el objetivo de acabar con el segundo del Raisuni, el temible guerrillero Hamido es Sucan. Pero al partir el día 27 se les vuelve a encuadrar en el grueso de las columnas, la ansiada vanguardia sigue quedando lejos.
En la operación sobre Salah, por fin el Comandante Franco consigue un puesto en vanguardia para su I Bandera, pero con la condición de que no tenga ni una baja, algo prácticamente imposible en un terreno infestado de enemigos. Alcanzamos así el día 29 de junio, un día que pasará a la historia de la Legión. El Sucan lanza un poderoso ataque sobre las fuerzas de Franco. Sus hombres reaccionan bien, pero pagan con su sangre el éxito. Uno de los heridos será el famoso Capitán Arredondo, jefe de la 1ª Cía., que quedará un año de baja por varios disparos en las piernas. Ese mismo día, al norte de Kudia Taimutz, la columna en la que está encuadrada la III Bandera, debe de entrar también en combate. Hay en la zona una larga loma, de vital importancia para dominar la situación, es Buharrat. A su toma se lanzan las dos compañías de fusiles de la Bandera, la 7ª y 8ª, apoyadas por el fuego de la de ametralladoras, la 9ª. Una vez tomada la posición, desde la cual se ve la propia casa del Sucan. Es cuando la 9ª se va a incorporar a las posiciones en Buharrat que se envuelta por un violento contraataque de los harqueños. Los legionarios están rodeados y tienen al enemigo tan cerca que no se puede emplear el fuego de ametralladora. Los servidores deben de defenderse a tiro de pistola antes de llegar al cuerpo a cuerpo. Mientras los conductores hacen lo propio con sus mosquetones, todos ellos acompañados por el vigor de su capitán, Camilo Alonso Vega. El enemigo intenta apoderarse de las máquinas y llega a cogerlas por el cañón, teniendo que soltarlas por su elevada temperatura y acabando por ser rechazado.
La acción de Buharrat le cuesta a la III Bandera la muerte del teniente Torres Menéndez y la de once legionarios. Han quedado heridos el capitán de la 8ª, Ortiz de Zárate y 19 legionarios. Se lamentan los caídos, pero por fin han disfrutado de su bautismo de fuego y han callado las bocas de esos que los calificaban como simples cargadores de sacos terreros.
El jefe de la Legión, el mítico Millán Astray, dará a esta Bandera su nombre de los Tigres de Buharrat, y a partir de ahora este será su estandarte, un tigre rampante que recordará por siempre el valor y ferocidad de aquellos legionarios que empezaron a escribir la historia gloriosa de la Legión.
Cuadro del excelente pintor Clauzel que muestra al portaestandarte de la III Bandera a caballo

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