lunes, 19 de marzo de 2012

La Batalla de Simancas, el primer gran paso de la Reconquista.

Ramiro II
Como aquí hemos contado, mucho son los que ponen en duda la existencia o la importancia de batallas como las de Covadonga, Clavijo o Calatañazor. Sin embargo, nadie pone en duda la gran victoria cristiana en Simancas, recogida incluso por las fuentes árabes, y que significó un paso definitivo en el avance cristiano hacia el sur, traspasando la frontera marcado por el río Duero y demostrando al mundo que España estaba dispuesta a desprenderse del yugo musulmán.
El gran protagonista de esta batalla fue el rey de León Ramiro II. El casus belli venía de tiempo antes. Ramiro II se estaba mostrando como un belicoso monarca y no dejó de organizar razias contra el territorio musulmán, llegando a atacar ciudades tan importantes como Madrid o Zaragoza. Precisamente el detonante del estallido de la furia de Abderramán III, califa de la época, fue por causa de esta ciudad. Ramiro II había apoyado a Hashim, el gobernador de Zaragoza, para que se rebelase al poder del califa y entrar a su servicio. Abderramán III tuvo que reaccionar y tras conquistar la estratégica Calatayud, volvió a tener en su redil la siempre rebelde provincia de Zaragoza.
No olvido el califa esta afrenta y decidió valerse de la proclamación de la Guerra Santa para organizar una gran campaña contra su enemigo cristiano y de una vez por todas acabar con su insolencia y sus correrías. Llamó a la campaña Supremo Poder y reclutó guerreros de múltiples lugares, desde mercenarios a fanáticos religiosos, hasta sumar la sorprendente cifra de 100.000 hombres, un ejército nunca antes visto en la época. Su objetivo era tomar Zamora, que por aquel tiempo era el corazón del Reino de León.
Por su parte, Ramiro II no se quedó quieto y busco el apoyo de sus aliados. Así consiguió que se unieran a su defensa el rey pamplonés García Sánchez I y los condes de Castilla Fernán González y Ansur Fernández.
La masacre en los barrancos de Alhándega
Abderramán III se puso personalmente al frente de sus ejércitos y partió de Córdoba el 28 de junio del 939. En su camino, el 19 de julio hubo un gran eclipse solar que algunos ya vieron como el presagio de un gran desastre. Tras pasar por Toledo, el 1 de agosto llegó a la ciudad de Simancas, que era el primer obstáculo en el camino hacia Zamora. Ramiro II que no quería dejar más tierra libre para que fuera devastada por sus enemigos, junto todas sus fuerzas en las defensas de esta ciudad.
El califa estaba sediento de venganza y nada más llegar lanzo un ataque masivo de todas sus fuerzas. Durante cinco días los cristianos resistieron bravamente la ofensiva musulmana. Estos se iban debilitando cada vez más y su impotencia crecía al no poder tomar la ciudad. Parece ser que el gran número de generales que tenía Abderramán III no llegaron a entenderse y surgieron las envidias por ser un eslavo el que acaparaba más poder.  Los cristianos habían sufrido mucho, pero aún eran más numerosas las bajas musulmanas, por lo que el califa optó por retirarse antes de perecer en aquel paraje. Creía que así, tras el castigo a la ciudad, quedaba a salvo su honra. Pero Ramiro II no era pusilánime que se conformara con haber salvado el reino. Viendo la retirada forzada del enemigo se lanzo en su persecución. Fue en una zona, hoy no localizada, llamada por las crónicas árabes como los barrancos de Alhándega, donde se produjo el desastre para los hombres del califa. Allí cayeron en una emboscada de los cristianos que les costó grandes pérdidas. El propio califa estuvo a punto de caer prisionero de no haber sido por sus hombres más fieles que le facilitaron la huida.
La campaña le costó 20.000 hombres a Abderramán III, pero lo que más le dolía era el orgullo. Mandó crucificar a 300 hombres acusados de cobardía y nunca más se volvió a poner al frente de sus tropas.
Por su parte, la victoria cristiana -que atribuyeron a la aparición de los santos Millán y Santiago-, les sirvió para repoblar grandes zonas del Duero y dar un importante avance a la Reconquista. Era la primera gran victoria de las armas cristianas sobre las de los invasores y se abría así un periodo de esplendor para los reinos cristianos.
Ramiro II reinó varios años más, siendo lo más destacado el enfrentamiento con su antes fiel Fernán González, el conde que separó Castilla del Reino de León, abriendo así un episodio fundamental en nuestra historia.

martes, 13 de marzo de 2012

Bernardo de Gálvez, un español héroe de Estados Unidos.

Bernardo de Gálvez
En nuestro personaje de hoy se juntan dos de las particularidades de nuestra nación y su historiografía. Por un lado, lo que tantas hemos denunciado, este hombre sería protagonista de mil películas en cualquier otro país. Por otra parte, triunfó en el siglo XVIII, ese periodo de la historia en el que parece que España no existía después de su esplendor imperial, y que, sin embargo, junto a otros hombres, como el inolvidable Blas de Lezo, volvió a llenar de gloria las armas españolas.
Bernardo de Gálvez y Madrid nació en un pequeño pueblo de la axarquía malagueña, Macharaviaya, en el verano de 1746. Pronto ingresó en la academia militar de Ávila, para con tan solo 16 años recibir su bautismo de fuego en la guerra contra Portugal, donde alcanzó el grado de teniente.
Su primer contacto con las tierras americanas se produce en 1762, cuando arribó ya como capitán del Ejército Real a Nueva España, conocida hoy como estado de Nuevo México. Allí guerreó contra los famosos apaches, que antes de embarcarse en las guerras contra los colonos yanquis del oeste, ya se estuvieron repartiendo estopa contra los españoles, que volvemos a recordar, a mediados del siglo XVIII, pese a quien le pese -y pese a los gobernantes patéticos e inútiles-, seguíamos siendo una potencia mundial de primer orden. Diez años estuvo allí, ascendió a comandante y no paró de batirse por su España hasta que regresó a ella para ser destinado a la ciudad francesa de Pau, donde aprendió su lengua. En 1775 participa en la infructuosa expendición contra Argel y asciende a teniente coronel. En 1776 vuelve a América, concretamente a la Luisiana Occidental, que desde hacía unos años antes pertenecía a España, cedida por Francia en compensación por la pérdida de La Florida en la Guerra de los Siete Años. Sus conocimientos de francés le sirvieron para ejercer el papel de gobernador en esta provincia, donde se dedicó a perseguir el contrabando inglés y comerciar con los franceses. En 1778 funda una ciudad a la que da su nombre, Galveztown, hoy Galveston.
Desde su llegada, fue el principal valedor de la recién iniciada Guerra de la Independencia de los Estados Unidos contra Inglaterra. Mantuvo conversaciones con los principales líderes de la rebelión, ayudo el tráfico de armas y hombres de los useños y bloqueo el acceso de los navíos ingleses por el Misisipi. En 1779 asalta las guarniciones inglesas de la Luisiana Oriental e impidió que su capital, Nueva Orleans, fuera atacada por los hijos de la pérfida Albión. Al año siguiente, destacó con la acción que le valió la toma del fuerte Charlotte, un sitio que duró dos semanas y que abría el paso hacia la importante Pensacola.
Estamos en un contexto en que las hostilidades entre Inglaterra y España sufrían continuos altibajos. Treguas y declaraciones de guerra se alternaban. En 1781, gracias a la mayor rapidez de los correos españoles, Bernardo de Gálvez se entera de una nueva ruptura de las hostilidades y se pone manos a la obra. Dijimos que tras la toma del fuerte Charlotte había quedado libre el paso hacia Pensacola y de Gálvez no tardó en aprovecharlo.

La Batalla de Pensacola.

Momento de la entrada de los españoles en el fuerte inglés
Tras neutralizar las primeras defensas, el 9 de marzo de 1781 los españoles desembarcan fuerzas de infantería de Marina y ponen sitio a Pensacola. Solo eran 1500 hombres y contaba con muy poca artillería, por lo que vio que con esos medios no iba a poder tomar una plaza fuerte de ese tipo.  Pide refuerzos a Nueva Orleans y a Mobila, otra ciudad cercana. Por su parte, el comandante inglés de la plaza, general Campbell, hace lo propio con Jamaica. Los españoles llegan a juntar 4000 hombres contra una posición bien defendida por 1800 ingleses y algunos centenares de indios aliados. Dentro de las fuerzas españolas, la escuadra estaba bajo el mando de José Calvo Irazábal, que al ver a los ingleses bien pertrechados en las defensas de la bahía se negó a que sus barcos entraran en ella por considerarlo un suicidio. Fue en estas que, Bernardo de Gálvez, tiró de valentía y a bordo de su buque estandarte, el bergantín Galveztown, no dudó en izar la bandera de Almirante para atraer todo el fuego inglés, y jugándoselo todo penetró en la bahía sin dejar de cañonear las defensas inglesas. El resto de barcos españoles, viendo como su líder iba solo a la muerte, no les quedó más remedio que por vergüenza torera ir tras él. Tras este episodio que no acabó con el sitio -pero que demostró que los españoles lo iban a dar todo por hacerse con la estratégica plaza-, siguió el asedio. Llegaron más refuerzos españoles fruto de las buenas gestiones de los mandos patrios. Así, con ya 7500 hombres, de Gálvez basa su estrategia en atacar en tres puntos escalonados. La lucha es encarnizada, los ingleses se defienden con valentía. El 8 de mayo, tras dos meses de asedio, una granada de obús lanzada a menos de 500 metros entra por la abertura de un polvorín inglés y provoca una gran explosión. El líder español ordena un ataque final aprovechando la coyuntura y los españoles toman Pensacola al asalto. La plaza se rinde y Campbell y los demás jefes ingleses caen prisioneros.

Fin de la guerra.

Estatua ecuestre de Bernardo de Gálvez en Nueva Orleans
La caída de la estratégica Pensacola es un golpe mortal para los intereses británicos en el norte de América. Gálvez toma poco después la isla de Nueva Providencia en las Bahamas, acabando así con la última baza para la resistencia de Inglaterra contra los rebeldes norteamericanos. El Caribe es totalmente español, cosa que lleva a los norteamericanos al triunfo final.
Estaba de Gálvez preparando la invasión de Jamaica, lo único que les quedaba a los ingleses en el Caribe, cuando los ingleses se rinden y firman la paz con la nueva nación de Estados Unidos, Francia y España. Solo esto salvó a esta isla de haber caído en las manos del invencible Bernardo de Gálvez.
A consecuencia de la paz del Tratado de Versalles, España recupera las dos Floridas. Fue tan importante el papel de Gálvez, que en el desfile de la victoria del 4 de julio, desfiló a la derecha del mismísimo George Washington. La nueva nación, supo agradecer el apoyo vital de este español ilustre. Por su parte, el monarca español, Carlos III le recompensó con los grados de Mariscal de Campo y teniente general gobernador de los nuevos territorios conquistados. Le otorgó también el título de Conde de Gálvez, Vizconde de Galvestown y el derecho a llevar en su escudo de armas su figura empuñando la espada sobre su bergantín y con la leyenda “Yo solo”, en referencia a su acción en la bahía de Pensacola. Además, al morir su padre, pase a ser Virrey de México.
No acaba aquí la historia de este hombre único, si como guerrero había destacado, no se quedó atrás como político. En su papel de virrey supo ganarse al pueblo y dejar un gran recuerdo. Iluminó las calles de las ciudades y destinó muchos fondos de la lotería y los impuestos a la beneficencia y al desarrollo de la ciencia.
Hoy en día es triste decir que es mucho más conocido en Estados Unidos que en su propia nación. Allí no se olvida su ayuda para la obtención de su libertad y cabe destacar también una estatura ecuestre suya en Nueva Orleans, donada a dicha ciudad por el rey Juan Carlos I. Al menos, aquí en España, en su provincia, Málaga, cuenta con una asociación cultural; mientras que en su pequeño pueblo se recrea la batalla de Pensacola todos los 4 de julio por grupo de reconstrucción histórica.


A continuación un video de dibujos animados en honor a nuestro héroe:

domingo, 4 de marzo de 2012

La Batalla del río Volkhov. Las primeras glorias en Rusia.

Poco después de su llegada a Rusia y de ocupar los sectores asignados, la División 250 iba a ser protagonista de una importante batalla, la que se originó a causa del paso del río Volkhov por las fuerzas del Reich.
Divisionarios cruzando el río
Dentro de las operaciones del planeado asedio a Leningrado, el 16 de octubre de 1941 los alemanes habían conseguido un importante éxito al tomar la ciudad de Nóvgorod. Tras esto, siguieron su camino hacia al norte siguiendo el curso del río Volkhov. Dicho río era de obligatorio paso para la conquista de la ciudad de Lenin. Tras organizar el paso en diversos puntos, en el área de Udarnik, iba a ser la división española la encargada de formar una cabeza de puente que facilitara el paso de las tropas alemanes en ese punto. El mando de la acción recaerá en el jefe del legendario 2º Batallón del Regimiento 269, el comandante Miguel Román Garrido. El río en Udarnik tenía la nada desdeñable anchura de 300 metros. Para franquear esta distancia no era posible el uso de lanchas motorizadas, pues el ruido hubiera delatado la presencia de los españoles. De tal modo, el día 17, se organizó un golpe de mano dirigido por el famoso Teniente Escobedo -entonces álferez-, que con los 49 hombres de su sección  pasó el río en lanchas neumáticas de 8 hombres cada una. Sin contar con ningún apoyo exterior, loen absoluto silencio se lanzaron a la toma de una cota donde había un importante observatorio de la artillería rusa. Tras su toma, tuvieron que volver a emplear todas sus fuerzas para rechazar el contraataque ruso. Aguantaron la envestida de todo el 2º Batallón del 848 Regimiento soviético. Ese medio centenar de valiente fue capaz de hacer retroceder a aquellos 3000 hombres que solo atacaban con el valor que les daba el Vodka. Los españoles llamaron a esta posición “Capitán Navarro”, en honor al primer caído de la 250 en unos combates anteriores.
En este tiempo, el resto de las fuerzas del Regimiento 269 y de otras de la Blau, fueron atravesando el río, teniendo en la otra orilla más de 2000 hombres el 20 de octubre. Allí, los pontoneros españoles de la 54 Compañía instalaron un transbordador con el que facilitar el paso de sus camaradas alemanes
Una vez asegurado el paso, la División Azul continúo su progresión hacia el interior, llegando a tomar varios pueblos, hasta que se vio frenada en los “Cuarteles de Miravevskiia”. En otros sectores, también estuvo presente la Blau, destacando la resistencia en el monasterio de Otesky. Estas y otras batallas merecen capítulo aparte que ya trataremos, valga de precedente lo recogido por el periódico Ideal de Granada en su edición del 20 de enero de 1942:
El Teniente Escobedo herido, luce orgulloso su
Medalla Militar Individual y su Cruz de Hierro.
“El alférez Manuel Herrador Caspedosa, voluntario de la División Azul que se encuentra en Porcuna, ha hecho algunas manifestaciones sobre el comportamiento de la unidad a que pertenece, y en la que figuraba el heroico compañero José Escobedo Ruiz. De este ha relatado sus más destacados hechos, especialmente aquél en que, cierto día, al mando de cuarenta y nueve hombres de su sección, pasó un río con agua al pecho, y, bajo el fuego enemigo, formó una cabeza de puente con el fin de dar paso a su unidad. Momentos después de pasarle y una vez establecida, no sin duros combates, fue atacado por unos tres mil hombres, con gran lujo de material, para impedir la formación de dicha cabeza de puente y, de este modo, el avance de la gloriosa División Azul. El alférez y su sección, con un valor asombroso, escasos de hombres y de municiones, se batieron día y noche con el enemigo, que aumentaba en número, y consiguieron cogerle morteros y ametralladoras que emplearon, consiguiendo rechazar al enemigo, al mismo tiempo que le infligían un duro castigo y le hicieron gran número de prisioneros, además de causarle una elevada proporción de bajas. El día 27 de octubre nuestra división tuvo que entrar al arma blanca, en un pueblo. Cayó herido el citado alférez y fue hecho prisionero por cinco soldados bolcheviques; pero al darse cuenta el soldado Ramírez, su enlace, se lanzó al arma blanca contra los que le conducían, logrando desarmar y dar muerte al enemigo y rescatar al alférez. Dicho soldado fue recompensado en el acto con la cruz de hierro alemana y propuesto para la medalla militar española y el alférez Escobedo le fueron concedidas la cruz de hierro y la medalla militar individual, que se la impuso el embajador de España, conde de Mayalde, prendiéndosela de su pecho, mientras que la cruz de hierro lo fue por el propio general Muñoz Grandes. También ha sido propuesto para la concesión de la gran cruz laureada de San Fernando. Toda la unidad, que participó en esta operación, estaba mandada por el heroico comandante Román, también condecorado con la cruz de hierro y la medalla militar individual por sus altas cualidades en el mando, valor esforzado y sacrificio. Otro hecho que despierta profunda admiración por nuestra división es el ocurrido al mismo batallón que mandaba el comandante Román. Este pidió un voluntario para mandar un parte a otro batallón, a cinco kilómetros de distancia de aquél y al que había de llegar por bosques ocupados por francotiradores. Se ofrecieron todos los componentes de la unidad; pero destacó por su decisión, un muchacho de dieciséis años, al que le comandante le dijo que no estaba en plan de humor, contestando el muchacho que si para aquello no servía que le pegara un tiro. Tomó parte el pequeño y, a los cuarenta y cinco minutos se presentó en el otro batallón con dos tiros en el pecho y otros dos en el cuello. Al recibirle quisieron llevarle a toda prisa al botiquín; pero se negó rotundamente hasta que puso en manos del comandante el parte en cuestión. Minutos después caía desmayado por la pérdida de sangre sufrida. También este muchacho ha sido propuesto para la laureada de San Fernando. En otra ocasión, cierta noche, al pedir voluntarios para dar un golpe de mano, se presentaron todos al oficial encargado de dirigir la operación. Uno de los no seleccionados se presentó al oficial y le dijo: “Mi alférez, anoche fue Fulano, hoy Zutano y nosotros nunca hemos ido. Si es que no valemos como los demás, pégueme un tiro”. También ha sido muy elogiado lo hecho por “La Parrala”, uno de los batallones que manda el comandante Luque, cuando un día, al encontrarse en situación apuradísima, un grupo de soldados cantaban, mientras luchaban, la popular canción. Un general alemán, que en unión del general Muñoz Grandes observaba la operación, junto con el ruido de las armas y explosiones percibió el aire y la alegría de la canción y preguntó a este si aquél era un himno pidiendo refuerzos. Muñoz Grandes le contestó, por medio de un intérprete, que aquello era una canción de gracia española. El general alemán, emocionado, dejó los gemelos, abandonó su observatorio y cuando volvió al lugar de la acción, después de terminada ésta victoriosamente, condecoró con la cruz de hierro a los 184 soldados que en ella habían intervenido. Aún queda otro exponente glorioso de nuestros soldados. Un día es el teniente Galiano que manda una sección de asalto, que a los tres días de la anterior operación, pasa un río con seis botes y ya con un cabo herido llega a la otra orilla, vuela con un cartucho de trilita la posición donde había cincuenta rusos y alcanza, con el cabo herido, nuestra orilla. Asimismo fue condecorado con la cruz de hierro y la medalla militar individual. En las operaciones que se realizaron contra otra determinada posición soviética, este mismo teniente logró apoderarse de una ametralladora enemiga y asaltó con bombas de mano otro nido de ametralladoras. También ha sido propuesto para la laureada de San Fernando. El alférez Herrador ha hecho desfilar ante nosotros la cinematográfica visión de estos hechos ya relatados y de otros muy numeroso, así como también ha descrito el recibimiento que primero en las estaciones españolas y, después, en las alemanas, les hacían a su paso, vitoreándoles el público constantemente, envidiosos y ansiosos de compartir su suerte. Otra gran emoción –dice- fue la de la jura de la bandera en el campamento alemán, acto en el que la nuestra ondeaba junto a las demás amigas, todas gloriosas, en el que juraron todos dar la vida, si preciso fuera, para dejar en el último baluarte enemigo nuestra enseña siempre invencible.”

Bibliografía: Esta y más información en el excelente foro de memoriablau.foros.ws
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