Grabado de la serie "Ruinas de Zaragoza" de Juan Gálvez y Fernando Brambilla, que muestra a la heroína. |
Nuestra
protagonista de hoy, es una de aquellas mujeres que destacaron en la defensa de
Zaragoza contra los franceses, una de las que demostró más agallas que muchos
de sus compatriotas varones, una, en fin, de las defensoras de la Patria.
De padres
oriundos de Figueruelas, no está muy claro si Casta nació en Zaragoza, en el
año 1776, o en Orán, pues gustaba mucho de hablar de los habitantes de aquella
ciudad. Fuera de donde fuese, Casta era la típica aragonesa, ruda en sus
formas, pero trabajadora y amante de los suyos. Madre y viuda, muy pronto
destacó en la defensa del primer sitio francés. Su estampa no pasaba a nadie
desapercibida, pues siempre iba acompañada de una pica, o según muchos
afirmaban, de una vieja bayoneta enganchada al palo de una escoba. El 5 de
junio de 1808 se destaca sobremanera en la batalla de las Eras del Sepulcro,
junto a la puerta de Sancho. No acaban allí sus acciones, pues también estará
presente en la defensa del Portillo, junto a la gran Agustina de Aragón y
ayudando a la madre Rafols evacuando enfermos. En la puerta del Carmen,
consiguió rechazar, junto a otros zaragozanos, la peligrosa carga de los
polacos ulanos, una de las mejores caballerías de Napoleón. Tanto en acciones
en primera línea, como en las logísticas de retaguardia, Casta estuvo siempre
trabajando como la que más e increpando a los que no lo hacían, haciendo gala
de ese fuerte carácter por el que era conocida.
Cuando tras
el segundo sitio, y con el general Palafox gravemente enfermo, se pacta la
rendición de la ciudad, Casta no lo asimila y no deja de insultar a la comitiva
que entrega la ciudad a los franceses. Estos, buscaron con curiosidad a la
mujer que se defendía con un palo de escoba a bayoneta calada, pero Casta supo
ocultarse. Tras la guerra, fue condecorada por sus acciones con el Escudo de
Distinción y el Escudo de Defensor de la Patria, y además, recibió una pensión
vitalicia. Un siglo después de los asedios, su ciudad supo recompensarla con el
nombre de una calle y llevando sus restos a la Iglesia de Nuestra Señora del
Portillo, junto a los de Agustina y Manuela Sancho.
Lienzo de Marcelino de Unceta que se conserva en el Ayuntamiento de Zaragoza |