Agustina con uniforme de Subteniente y sus dos medallas. |
Así era, Agustina había conseguido salvar la ciudad por el momento y enterado el General Palafox, la hace llamar y la nombra Subteniente de Artillería y le concede dos medallas, la de DEFENSORA DE ZARAGOZA y la de RECOMPENSA AL VALOR Y PATRIOTISMO. En su parte sobre la acción de aquel día, el líder de la resistencia maña escribió de ella: "... enlazada con conesiones con un Sargento de Artillería, con quien estaba concertado su matrimonio; servía éste bizarramente aquel cañón de a 24, y a la sazón una bala enemiga lo acierta y lo tiende en el suelo; llegaba la Agustina a traerle el refresco y no se le permitió la entrada, contentándose en contemplar a su amante desde la gola de la batería, verle caer y presentarse ella en el mismo sitio fue obra de un momento, arranca del cadáver el botafuego que tenía aún en la mano, llena de heroico entusiasmo dice: AQUÍ ESTOY YO PARA VENGARTE, agita el botafuego y lo aplica al cañón declarando que no se separaría del lado de su amado hasta perder ella también la vida..."
Tras la derrota en Bailén los franceses abandonan el sitio. Por desgracia, Napoleón no cejó en su empeño de ocupar España y tras reorganizar sus fuerzas volvió a la carga con más fuerza. Así, a finales de ese 1809, los franceses vuelven a sitiar la ciudad. De nuevo Agustina participará en su defensa, pero cae enferma de peste. Estaba en esta condición cuando los franceses consiguieron entrar en la ciudad. Así lo narró ella: "... La llevaron con otros muchos a Casablanca. Estiéndese la voz entre los Comandantes franceses que la Artillera Zaragoza estaba prisionera y se le presentan dos, cuya maldita lengua no entendió, y se dexa comprender por la caridad que después dispensaron. Esta no fue otra que hacerla andar, sin consideración a su enfermedad, con todos los demás Prisioneros y su hijo, hasta que apiadado uno de éstos, el Ayudante de Artillería Dn. Pedro de Bustamante, le cedió uno de los dos machos que llevaba, donde fue con su criatura hasta que en Caparroso le robaron el macho, ropa y dinero que llevaba... Llegada a Olvega perdió a su hijo a la fuerza del contagio, fatiga del camino y falta de recursos para asistencia."
Pese a todas las desgracias y penurias, la leyenda de Agustina ya era famosa en toda Europa. Una Europa que miraba expectante como unos españoles muy poco organizados conseguían poner en jaque a las tropas napoleónicas, invencibles en el resto de campo de batallas. Se había hecho tan famosa que empezó a ser homenajeada y reclamada por los generales más famosos de la época. Fernando VII la nombre Alférez de Infantería. Pero ella lo que quería era estar con su marido, que ya era Subteniente de Artillería y seguir luchando. Se reúne con él en Tarragona y participa en la defensa de Tortosa. Tras caer la ciudad estuvo en la guerrilla de Chaleco actuando en la Mancha y parece ser que también intervino en la batalla final de Vitoria, donde los últimos franceses fueron expulsados de España ya en 1814.
Tras la expulsión de los franceses, sigue con su marido y tiene un segundo hijo. Lo acompaña a todos sus destinos. Él ya es Teniente, pero enferma de tisis y muere. Es viuda con 37 años. Pronto Agustina se volvió a casar, esta vez con un medico alicantino. Esto lo consiguió por el privilegio de ser Subteniente vivo, lo que le daba derecho a segundas nupcias.
Vivió una larga época en Sevilla, para acabar trasladándose a Ceuta, donde estaba agregada al Regimiento de la ciudad y cobraba una pensión como Subteniente. Es en esta ciudad tan española donde muere en 1857. Allí es enterrada en un panteón que contaba con la siguiente inscripción:
"A la memoria de doña AGUSTINA ZARAGOZA
Aquí yacen los restos de la ilustre Heroína, cuyos hechos de valor y virtud en la Guerra de la Independencia llenaron al mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta en 29 de mayo de 1857 a los setenta y un años de edad: su esposo Don Juan Cobos, su hija doña Carlota e hijo político don Francisco Atienza, dedican este recuerdo a los restos queridos."
Tras ser derribado este panteón, sus restos se trasladan a Zaragoza. Será el 14 de junio de 1870 cuando llegan a la ciudad que la volverá a acoger. En un principio sus restos quedaron depositados en la Catedral del Pilar; para acabar teniendo su definitivo descanso fue la capilla de la Asunción de la Virgen, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, donde había protagonizado su gran gesta. No estará sola en su tumba, sino acompañada de otras dos heroínas de la resistencia de la ciudad, Manuela Sancho y Casta Álvarez. Fue en 1909 y el Rey Alfonso XIII les dedicó la siguiente lápida:
"Aquí yacen los restos mortales de AGUSTINA ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ y MANUELA SANCHO. Descansen en paz las heroínas defensoras de Zaragoza. Este monumento les consagra y dedica la Junta del centenario de los Sitios 1808 y 1809."
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