Hemos de situar los hechos a finales del siglo III a.C., concretamente en el 218 a.C., en el preludio de la Segunda Guerra Púnica que enfrentaría a las dos potencias del momento, Roma y Cartago. Tras la primera guerra entre ambas, Roma había vencido y Cartago se vio obligada a pagar grandes tributos como compensación. Para poder obtener recursos con que pagarlos, y de paso aumentar sus fuerzas, Cartago, concretamente a través de la familia Bárquida, había invadido una parte de Hispania. Roma veía con preocupación estos movimientos y presentó sus quejas. El asunto se zanjó con el Tratado del Ebro, por el cual ambas potencias limitaban sus áreas de influencia en Hispania con este río como frontera. El problema era que al sur del Ebro, que era la zona cartaginesa, había ciudades, como Sagunto, aliadas de Roma.
Sagunto era entonces una ciudad ibera, de la tribu de los edetanos y que recibía el nombre de Arse. Era una de las ciudades más poderosas de Levante y otras ciudades vecinas, de la tribu de los turboletas, la temían por sus ansias de expansión. Estas ciudades se aliaron con Cartago, que para entonces ya mantenía una autentica guerra fría con Roma. Sagunto fue el detonante para que estallara la guerra. Roma argumentó que habían atacado a una aliada suya, y Cartago se excusaba en que la ciudad estaba en su territorio y se había revelado a su autoridad.
La mayor parte de la información que tenemos del asedio es a través de las fuentes romanas, especialmente Tito Livio, que como es normal son muy partidistas a favor de Sagunto, pero no nos queda más que confiar en su criterio.
Aníbal se presentó ante Sagunto con una estrategia firme, sin riesgos, basada en asediar por tres flancos, el valle, el río y en el punto más débil de la ciudad, el extremo occidental del alcázar. Para ello contaba con lo último en poliorcética (arte del asedio), torres de asalto, ballestas, arietes, etc. Lo que en un principio parecía iba a ser una rápida conquista, se prolongará durante 8 largos meses.
Los arietes cartagineses encuentran muchas dificultadas para acercarse a las murallas, ya que desde ellas los edetanos les arrojan de todo. Además aprovechan las noches para hacer incursiones en el campamento cartaginés y provocarles numerosas bajas. Finalmente los cartagineses consiguen derrumbar tres torres de las murallas de la ciudad y por esta brecha lanzan su ataque. Los saguntinos se concentran aquí y no solo rechazan el ataque, sino que hacen huir al enemigo hasta su campamento. Un arma que dio gran resultado a los edetanos fue la falárica, una fina lanza que untaban de pez (semejante al petróleo) y le prendían fuego. Al caer sobre los escudos de los cartagineses, estos se veían obligados a soltarlos y quedaban indefensos ante los proyectiles saguntinos.
En el transcurso del asedio y antes de que Roma declarara formalmente la guerra una Cartago, la ciudad eterna envió una embajada a entrevistarse con Aníbal y pedirle explicaciones. El encuentro fracasó y la guerra era inminente. Roma, ocupada en sofocar una revuelta en Iliria, no envió ningún tipo de ayuda a su aliada Sagunto.
Aníbal estaba cada vez más desesperado por la tardanza en tomar la ciudad y redobló sus esfuerzos. Con las torres de asalto consiguió abrir varias brechas y los saguntinos se ven cada vez más acorralados, teniendo que usar los escombros para construir nuevas defensas. Tras un sangriento asalto, Aníbal se apodera de una de las torres del Alcázar. La situación es cada vez más desesperada para los saguntinos que están acorraladas y alimentándose de cortezas de árbol y cuero reblandecido, por lo que deciden pedirle a Aníbal sus condiciones para la rendición. Este les exige unas condiciones durísimas, como todo el oro y palta de la ciudad, devolverle a los turboletas todo lo robado y dejar la ciudad con tan solo dos vestidos. Los edetanos, orgullosos guerreros iberos, no pueden soportar esa humillación y deciden que es mejor resistir hasta la última gota de sangre. Montan una enorme pira en la ciudad donde arrojan todos los objetos valiosos junto a plomo y bronce, para que al fundirse estropearan el oro y la plata e impidieran su uso por parte del enemigo. En un último acto suicida, con las pocas fuerzas que les quedan, quieren morir haciendo el mayor daño posible y salen de la ciudad cargando contra los cartagineses para llevarse al otro mundo a los máximos posibles. Poco pueden hacer ante el poderoso ejército enemigo y rápidamente caen todos. Las mujeres ven estos sucesos desde lo alto de las murallas, desesperadas matan primero a sus propios hijos y luego se lanzan al abismo para que ninguno de ellos sea mancillado por los invasores. La salvaje resistencia ha concluido. Tras 8 meses Aníbal solo podrá recoger cenizas y cadáveres como botín de su victoria. Sagunto y los edetanos han pasado a ser parte de la historia más gloriosa de nuestra Patria.
Últimos días de Sagunto, de F. Domingos Marqués, Palacio de la Generalidad, Valencia |
Bibliografía: -www.rutasdevalencia.com
-www.historialago.com
-Wikipedia.
Dos sugerencias. Sería mejor que el título del blog fuera 'milites hispani', con concordancia en nominativo de plural. O 'miles hispanus' en singular. Lo que pone ahora es 'soldados hispano'.
ResponderEliminarY la figura 'copiada' de la Red no es ni mucho menos un guerrero edetano. Es un príncipe ibero de la zona de Jaén en el siglo V a.C., dos siglos y medio antes del asedio de Sagunto. En el 219/218 un ibero armado con eso es como un legionario español en Afganistan con mosquete de chispa y morrión.
Muchas gracias por las aclaraciones, las tendré en cuenta para el futuro.
ResponderEliminar