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jueves, 30 de junio de 2011

Recuperando la memoria del Sargento Palomares.

La historia está llena de héroes olvidados, de valientes anónimos. Todas las grandes naciones tienen monumentos al soldado desconocido, como forma de honrar la memoria de estos hombres. Pero, hay ocasiones en las cuales aunque se recuerda el nombre de los guerreros y se les dedican nombre de calles o plazas, prácticamente nadie sabe que hicieron y porque hechos debieran ser recordados.


Hoy, como homenaje a nuestra “segunda casa”, y con una especial dedicatoria a mis compañeros de la Krypteia, rescatamos la memoria del Sargento José Palomares Garrido.

Comentábamos en un anterior artículo sobre el asedio al Alcázar de Toledo, que por haberse iniciado en verano, pocos eran los cadetes que allí permanecían y que muchos de los militares eran tropa destinada en la Academia de Infantería. Pues bien, uno de esos hombres era el Soldado José Palomares, que se destacó como un bravo infante en la defensa del bastión toledano. Las referencias que tenemos de él son gracias a El Alcázar, el modesto periódico que los defensores se dedicaron a publicar para narrar los principales acontecimientos y mantener alta el espíritu y la moral. La primera vez que se cita al Soldado Palomares es en el artículo 2º de la Orden de la Comandancia militar del 1 de Septiembre, cuando se dice que …”estando de puesto en Pabellones en la ventana batida por el cañón del 7,5 procuró con el fuego de su mosquetón impedir que disparasen el cañón; pero el enemigo, al no poder cargar y disparar, lanzó botes de humo para quitarle visibilidad, a pesar de lo cual siguió en su puesto haciendo fuego y recibiéndolo de fusil, aun después de haber disparado el cañón enemigo, cuyo proyectil entró por la ventana, llevándose por delante al individuo citado en unión del parapeto de sacos que le protegía, resultando ileso aun habiendo hecho explosión el citado proyectil de metralla.”

La crudeza del asedio no daba cuartel, lo que motivaba que las acciones heroicas fueran constantes entre los valientes, de modo que no tardó Palomares en volver a destacarse, y tras colaborar en acabar con un incendio el 4 de Septiembre, el día 5 es ascendido a Cabo por meritos de guerra, tal y como se recoge en la Orden de ese día en el artículo 1º. “El soldado de la Sección de Tropa de la Academia José Palomares Garrido queda promovido al empleo de cabo por méritos de guerra, por su distinguido comportamiento en el día de ayer con motivo del incendio del edificio de Pabellones, dando muestras de gran serenidad, valor y espíritu ejemplar, demostrados también el día en el que fue mencionado en la orden de esta Comandancia como “muy distinguido”. Así mismo el nº 43 del diario se da fe del acto en que fue ascendido : “Dieron la nota emotiva la realización de los actos de imponer los galones de cabos a favor del soldado de la Sección de Tropa José Palomares Garrido, y al guardia civil de primera Antonio Ponce Sabater; el primero tuvo lugar en la indicada Sección de Tropa y estuvo presidido por el teniente coronel Tuero, y el segundo en el patio de nuestro glorioso Alcázar, presidiéndolo el teniente coronel de la Guardia civil, jefe de esta Comandancia, señor Romero Basart. En los dos el entusiasmo culminó a extremos que produjeron honda emoción, notándose lágrimas en muchos semblantes y un entusiasmo patriótico, nuncio de las mejores esperanzas, con respecto al porvenir de nuestra causa. Los citados Tenientes coroneles dirigieron la palabra a sus fuerzas en tonos de sobria elocuencia militar.”

A finales de ese mismo mes fue liberado el Alcázar y es más difícil seguir la pista del ahora Cabo Palomares. Lo cierto es que siguió combatiendo, se enroló en la Legión, alcanzando pronto el empleo de Sargento en la VIII Bandera, encontrando la muerte en 1937 durante la Batalla del Jarama. Hoy su nombre es recordado en Toledo, pero sin saber por qué motivo, sirvan estas líneas para ello y para honrar su espíritu.

sábado, 25 de junio de 2011

Leovigildo, el gran rey visigodo.

El Rey Leovigildo
Se dice que para que al gobernante de un territorio le otorgaran el título de Magno, debía haber realizados grandes conquistas para su país, unificar su reino e instaurar leyes sobre tal base. Pues bien, todo esto lo hizo el rey Leovigildo, mejor valorado por sus contemporáneos, pero cuya figura en la historia se ha visto ensombrecida por la de su hijo, el también poderoso Recaredo. Hoy día, Leovigildo es más conocido por haber acabado con la vida de su otro hijo, Hermenegildo, haciendo de este un santo mártir del catolicismo. Pero, lo cierto, es que Leovigildo se merece un puesto de honor en la historia de la formación de España como nación después de los romanos.


Hermano del anterior rey visigodo, Liuva I, fue asociado al trono por este apenas un año después de ser proclamado rey. La razón fue la difícil situación que atravesaban las posesiones visigodos en la Septimania, el territorio que poseían más allá de los Pirineos y que fue invadido por los francos. Para controlar la situación, el propio rey Liuva I se trasladó a esta zona, dejando la península ibérica bajo el control de su hermano en 568. No perdió el tiempo Leovigildo y empezó pronto a trabajar en la recuperación del reino visigodo que se encontraba en una época difícil. A la invasión de la parte levantina de Hispania por parte de los bizantinos –que habían creado la provincia de Spania, en el contexto de la Recuperatio Imperii del emperador Justiniano-, se sumaban las continuas revueltas en el norte de astures, cántabros y vascones, amén de los problemas en la Septimania. Por si esto fuera poco, la situación económica del reino era lamentable. Fue en esta última parte en la que primero se puso manos a la obra Leovigildo. Como los nobles hispanorromanos se mostraban aun reacios y apenas colaboraban con el estado godo, Leovigildo para escarmentarlos ejecutó a varios y les expropio las tierras, obteniendo grandes beneficios y metiendo en vereda a esta nobleza subversiva, matando así dos pájaros de un tiro.

Pero, no se podía tener un reino fuerte y unido, si dentro de la península existía un reino independiente como el de los suevos en el noroeste, los belicosos pueblos del norte, y sobre todo a una potencia extranjera como era Bizancio. Así, en el 570 inicia una campaña militar para expulsar a los herederos de Roma de tierra hispana. Suma éxito tras éxito y toma importantes ciudades como Guadix, Baza, Antequera, Medina Sidonia y Málaga, que era el puerto más importante con que contaban los bizantinos en la península. Aunque, quizás, su victoria más importante fue sobre la rebelde Córdoba, una orgullosa ciudad hispanorromana que los visigodos nunca habían acabado de controlar y que ahora será sometida por Leovigildo. De esta manera, los bizantinos quedaban arrinconados a una franja costera desde Denia hasta Cádiz y obtenía el control del rico valle del Guadalquivir, reforzándose mucho su economía. Durante la conquista de Córdoba le sorprendió la muerte de su hermano el rey Liuva I en 572, por lo que Leovigildo pasaba a ser el único rey de los visigodos. Es posible, que este hecho y el tener que ocuparse de todo el reino frenara sus ataques contra los bizantinos, sobreviviendo estos unos años más en territorio hispano.

La monarquía goda no era hereditaria, sino electiva. Los nobles godos se reunían y elegían como rey al que creían más capaz y poderoso. Esto se llamaba el morbo gótico y era un estimulo para constantes regicidios. Está claro que esto no aportaba ninguna estabilidad y Leovigildo para acabar con esta costumbre asocio rápidamente a la corona a sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, que además, igual que él había hecho con su hermano Liuva, le ayudarían en el gobierno del reino. En esta línea de legitimar su poder fue el primer rey godo en usar vestimentas a la manera bizantina y usar un trono para las asambleas con los nobles godos. También es el primer rey en acuñar moneda con su efigie, los tremises de oro. Además, comprendió que el reino no podía seguir dividido en dos castas diferenciadas, los godos y los hispanorromanos, por lo que deroga la prohibición de los matrimonios mixtos; y lo que es más importante crea un código de leyes comunes, ampliación y corrección del de Eurico, el Codex Revisus en 573. Con la medida de permitir la mezcla con los hispanorromanos, Leovigildo pretendía acabar con las múltiples revueltas de estos. Junto a las medidas legales, en 574 se lanza a una campaña de pacificación de la meseta y el norte. Vence a tribus celtiberas como los rucones y los sappo y en 574 conquista Amaya, la capital de los cántabros.
La Hispania que dejó Leovigildo

Parece claro que Leovigildo era ante todo un hombre práctico. Muestra de ello es que en el contexto de estas guerras, aprovecha que los suevos también atacaron a los cántabros para obtener más territorio, y ante esto Leovigildo les declara la guerra. Los empuja al norte del Duero y conquista toda la región de Orospeda, teniendo el rey suevo, Miro, que pactar una dura paz, por la cual su pueblo tendría que pagar grandes tributos al rey godo. Llegamos al 578, único año de paz en el reinado del gran rey. Lo aprovecha para fundar Recopolis, la primera ciudad de fundación goda original en Hispania. Ubicada en Zorita de los Canes, provincia de Guadalajara, le puso el nombre en honor de su hijo Recaredo. Se convirtió en una ciudad muy importante, pues controlaba la Celtiberia y un gran nudo de comunicaciones.

Llega el 579, un año complicado para el rey. En lo único que fracasó Leovigildo fue en la unificación religiosa, pues quiso convertir a toda Hispania al arrianismo, cuando tanto hispanorromanos, como suevos y cada vez más godos, estaban abrazando el catolicismo. Uno de estos godos que se acercaba a la religión de Roma era su propio hijo Hermenegildo, especialmente tras casarlo con la princesa merovingia Ingunda. La chica era una devota católica y pronto choco con la esposa de Leovigildo, que paradójicamente era su abuela, Gosuinda, que también era viuda del rey Atanagildo. Parece que la abuela no tenía en mucha estima a su católica y que incluso llegó a maltratarla. Para evitar más enfrentamientos, Leovigildo decide poner tierra de por medio y envía a su hijo a Sevilla como gobernador de la provincia de la Bética. Pero, una vez allí, Ingunda, ayudada por el obispo San Leandro, hermano mayor del célebre San Isidoro, acaba por convertir a su esposo. Se bautiza con el nombre de Juan y se proclama rey independiente de la Bética, cuyos nobles enseguida le apoyaron pues no estaban nada conformes de estar sometidos al poder central de Toledo. En 580 Leovigildo convoca y preside un concilio arriano para intentar llegar a una solución religiosa, pero lejos de suavizarse las posturas, el resultado es que se intensifica la persecución de los católicos, llegando a martirizar a algunos de sus más famosos obispos. Al año siguiente, Leovigildo se dirige al norte para aplastar una rebelón de los vascones y tras someterlos funda la ciudad de Victoriaco, actual Vitoria, para tenerlos controlados. Llega el 582 y decide ir contra su rebelde hijo, que en todo este tiempo había permanecido quieto en sus dominios, sin intentar ningún tipo de invasión a territorio toledano. Sitia la ciudad y así permanecerá durante dos años, en los cuales la población sufrió duras penalidades. Hermenegildo, que se veía muy inferior militarmente, pactó con los enemigos de su padre, los bizantinos y los suevos, que al ser católicos se unieron rápidamente a la causa. Dice la tradición que para rendir Sevilla, Leovigildo desmanteló las ruinas de la ciudad romana de Itálica y las arrojó al río Betis (Guadalquivir) junto a gran cantidad de tierra, para de esta forma desviar el río fuera de las murallas de la ciudad, consiguiendo que la sed reinara en ella, a la vez que al servir las aguas de foso, la zona de las murallas rodeadas por el río, que era la parte más baja, queda desguarnecida. Hermenegildo se ve obligado a presentar batalla en campo abierto y sus tropas son destrozadas. Consigue huir a la siempre rebelde Córdoba, a la vez que su esposa e hijo son enviados a Constantinopla por sus aliados bizantinos. Estos, pos 30.000 sólidos de oro, se venden a Leovigildo y se retiran de la contienda. Los suevos se habían replegado derrotados a sus tierras, por lo que Hermenegildo está más solo que nunca. Leovigildo envía a Recaredo a parlamentar con su hermano, que según la crónica de Gregorio de Tours, le pidió que se arrodillara ante su padre y le rogara el perdón. Hizo caso Hermenegildo y su padre le levantó del suelo para besarle, aunque le privó de sus ricas vestiduras y le envió a Valencia exiliado. De allí intento escapar Hermenegildo con ayuda de los francos, pero fue hecho de nuevo preso en Tarragona, donde en el 585 fue ejecutado por orden de su padre, convirtiéndose así en un mártir católico. En este mismo año, Leovigildo aprovecha para vengarse de los suevos por apoyar a su hijo rebelde e invade su territorio. El rey Miro había muerto en la huida de Sevilla y su hijo y sucesor Eborica es depuesto por su cuñado Audeca. Este es vencido por Leovigildo y enviado a un convento. El gran rey godo se anexiona el reino suevo y establece varias guarniciones controladas por condes godos en Oporto, Viseu, Lugo, Tuy y Braga, además de enviar obispos arrianos a estas zonas, ya que poco después de la anexión, los godos sofocan una última rebelión sueva a cargo de Malarico. Además, Recaredo obtiene una importante victoria en Septimania contra los francos, que habían enviado una flota al Cantábrico en ayuda de los suevos, a la vez que atacaban la provincia fronteriza por parte de Guntram de Burgundia, siendo totalmente barrido por el joven godo y teniendo que volver a las Galias con el rabo entre las piernas.

Leovigildo veía próximo su fin. Victorioso en numerosos frentes, no podía olvidar su fracaso en el aspecto religioso, cosa que además le había costado la vida de un hijo. Aunque no renunció al arrianismo, encargó la educación de Recaredo al ya mencionado San Leandro, obispo católico, que había vuelto a los dominios de Leovigildo junto al resto de religiosos católicos, tras una amnistía declarada por el viejo rey, que pareció darse cuenta de que la unificación religiosa solo podría hacerse bajo esta fe. En Mayo de 586, el gran rey godo abandona este mundo, y, según algunos autores, bautizándose a última hora en el catolicismo. Será su hijo Recaredo, el que si de forma definitiva este paso, en el famoso III Concilio de Toledo, donde por fin Hispania alcanzaba la unión en todos los aspectos.


Video de Artehistoria.com sobre el reinado de Leovigildo.

Bibliografía: Juan Antonio Cebrián, La aventura de los Godos,

viernes, 24 de junio de 2011

La Batalla de Cajamarca. Cuando España conquistó un imperio en menos de una hora.

El Conquistador Pizarro
Una de las batallas más decisivas de la historia -aunque fue más una masacre por la nula capacidad de reacción de uno de los bandos-, fue la de Cajamarca. La tarde del 16 de Noviembre de 1532 el Imperio Inca recibió un golpe mortal del que no se recuperaría. A pesar de que posteriormente hubo intentos de rehacer el poder incaico y se tardó casi diez años más en acabar con la resistencia; aquel día en la plaza de Cajamarca, Pizarro y sus hombres conquistaron en apenas media hora un nuevo imperio para el Cesar Carlos V.


En Enero de 1531, Francisco Pizarro iniciaba desde Panamá su tercera y última expedición. En aquellos entonces el Imperio Inca se encontraba sumergido en una guerra civil entre el Gran Inca Atahualpa y su hermano Huascar que intentaba usurpar el trono. Mientras que los partidarios de Huascar creían que los españoles dioses, Atahualpa ya había descubierto que no lo eran y empezó a provocarles. Primero intentó humillarles no poniéndose en contacto con ellos a pesar de que Pizarro se introducía cada día más en sus dominios, e incluso, llego a fundar el poblado de San Miguel. Pero cuando Atahualpa más enfureció a los españoles fue cuando, estando estos en Caxas, les envió unos patos desollados con la amenaza de que así les dejaría si no le devolvían todas las tierras que le habían invadido. Como Pizarro no se amedrento, el Inca le citó a verse las caras en la población de Cajamarca. Llegaron en primer lugar los españoles y Pizarro empezó a trabajar en la estrategia a seguir. Al llegar Atahualpa los españoles quedaron paralizados al ver que este traía un numeroso ejército que varía, según las fuentes, de entre 40.000 a 150.000 hombres entre sirvientes y guerreros. Los españoles tenían unos 15.000 aliados huascaristas, pero ellos solo eran 180 hombres y 37 hombres. Llegados a este punto, los españoles no podían ni huir ni atacar a los incas en el valle que rodeaba Cajamarca, por lo que tendrían que intentar llevar el combate al centro de la población. Consiguieron que Atahualpa fuera a una entrevista a la plaza del pueblo llevando gran cantidad de sirvientes, pero pocos soldados. Mientras los españoles, que hasta el momento se habían guardado de mostrar el poderío de su caballería y de la potencia de fuego de sus arcabuces y cañones, emplazaron estos últimos en unas alturas que dominaban la plaza central del poblado.
Momento en que Pizarro prende a Atahualpa

Llegado el momento de la entrevista tenemos varias fuentes con sus diferentes versiones. Parecer ser que un religioso español, el padre Valverde, utilizando a un indio aliado como traductor, Felipillo, comenzó a pedirle a Atahualpa que renunciara a su religión profana y aceptara el cristianismo y a Carlos V como su señor. El Inca, bien porque no entendía al traductor, o bien por arrogancia, hacía caso omiso del religioso. El detonante para el ataque fue cuando el padre Valverde le dio un Códice a Atahualpa y este lo arrojó al suelo. En ese momento se escuchó un tiro de arcabuz y se lanzó un paño blanco al aire, era la señal española para iniciar el ataque. Los dos cañones que tenían los españoles en una torre empezaron a vomitar fuego, a la vez que al grito de ¡Santiago! Salían los españoles ocultos hasta ese momento e iniciaban las descargas de los arcabuces y empezaba a cargar la caballería. Los incas, que desconocían las armas de fuego y los caballos, fueron presas del pánico y se puede decir que murieron más aplastados en la avalancha de huída que por las armas de los españoles. Pizarro que veía la escena desde una altura, bajo a la plaza con 25 hombres y matando a todos los guardianes de Atahualpa llegó hasta él y lo prendió. Al ver a su líder preso, los Incas, con todos sus miles de soldados se rindieron. Habían muerto más de 7000 incas por una sola baja española, parte de las desconocidas de sus aliados.

Famoso es el rescate que ofreció Atahualpa a cambio de su liberación, llenar de riquezas de oro y plata tres estancias como en la que estaba preso. De todo el imperio Inca llegaron para pagar la libertad de su líder, pero tras conseguir todo lo prometido, los españoles acusaron al líder Inca de haber matado a su hermano y de incesto por casarse con su hermana y lo ejecutaron, eso sí, a garrote, una muerte rápida, por haber aceptado el cristianismo antes de morir.

La resistencia Inca duró hasta 1539, liderados por Manco, un Inca tiere que pusieron los españoles, pero que pronto se rebeló contra ellos y que se hizo fuerte en una parte el imperio Inca hasta que los españoles acabaron con él, pero el Imperio Inca estaba moribundo desde aquella tarde en que los dioses barbudos, los españoles, le habían vencido en unos minutos.

Para saber más del tema, recomendamos la obra de William H. Prescott, Historia y Conquista del Perú.
A continuacion un curioso video recreando la historia.