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miércoles, 29 de diciembre de 2010
martes, 28 de diciembre de 2010
ELOY GONZALO, EL HÉROE DE CASCORRO.
En las guerras, al margen de las grandes hazañas que pasan a la historia, hay multitud de pequeñas acciones llenas de heroísmo que muchas veces caen en el olvido. Por suerte, no es el caso de nuestro protagonista, cuyo ejemplo demuestra además, que se puede enderezar una vida torcida por el destino y convertirse en leyenda.
Eloy Gonzalo fue abandonado en Madrid un 1 de diciembre de 1968 por su madre, Luisa García, una joven soltera que no se vio capaz de sacar adelante ese hijo de padre desconocido. Eso sí, dejó una nota con su nombre y pidiendo que llamaran al niño Eloy Gonzalo García, por lo que al menos sabemos que la joven si sabia quien la había dejado encinta. Pronto el niño fue recogido por un guardia civil y su esposa, por lo que pasará su infancia y juventud en los diferentes destinos de su padre adoptivo, siempre cerca de Madrid.
A los 21 años, en 1889, Eloy ingresa en el Regimiento de Dragones Lusitania nº 12, donde alcanza el rango de Cabo. Tres años después, pasa a formar parte del Cuerpo de Carabineros, estando destinado en Algeciras y Estepona, pero en 1895 por un delito de insubordinación es condenado a 12 años de prisión militar. Se complicaba mucho la vida de Eloy, pero ese mismo año, el estallido de los conflictos de Cuba y Filipinas, hizo que muchas penas se conmutaran a cambio de ir a luchar a estas zonas. No desaprovechó Eloy esta oportunidad que se le presentaba y se alista en el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63, con destino en Puerto Príncipe (Cuba). La guerra estaba en su momento más difícil y el 22 de septiembre de 1896, 3000 insurrectos cubanos, cercan la pequeña población de Cascorro, cercana a Puerto Príncipe. Allí quedaron sitiados los españoles, volviéndose cada vez más preocupante su situación. Es aquí cuando Eloy entra en la historia. El día 26, al borde de la derrota total, los españoles entienden que la única posibilidad para salir de aquella ratonera es volar una casa donde están atrincherados la mayoría de los insurrectos que no paran de hacer fuego contra ellos. Eloy Gonzalo se ofrece voluntario para ir con una lata de petróleo a hacer estallar el edificio. Decidido la cogió, junto a su fusil y solo pidió que le ataran una cuerda a la cintura, pues siendo lo más probable que estallará con él dentro o que fuera descubierto, no quería que su cuerpo quedara en manos del enemigo. Gracias a la cuerda, sus compañeros, podrían tirar de su cuerpo para recuperarlo. Pero, contra todo pronóstico la acción fue un éxito. Pronto su acción fue conocida en toda España y el Madrid más castizo, que sabía que era uno de los suyos, lo escogió como estandarte.
Eloy siguió combatiendo en Cuba y obtuvo la prestigiosa Medalla al Merito Militar con distintivo rojo, con pensión de 7,5 pesetas incluida, pero nunca volvería vivo a España, pues una enfermedad le arrebató la vida el 18 de Junio de 1897 en el Hospital de Matanzas. Su cuerpo fue repatriado y sus restos descansan en el cementerio de la Almudena, junto a otros héroes anónimos de aquellas guerras coloniales. El pueblo de Madrid no olvidó a su héroe, y primero lo dedicó una calle y el ayuntamiento le erigió una estatua en el Rastro, en una plaza que a pesar de ser de Nicolás Salmerón, para los madrileños siempre fue la plaza de Cascorro, su héroe Eloy Gonzalo.
Bibliografía: www.historiaymilicia.com
Monumento a Eloy Gonzalo |
A los 21 años, en 1889, Eloy ingresa en el Regimiento de Dragones Lusitania nº 12, donde alcanza el rango de Cabo. Tres años después, pasa a formar parte del Cuerpo de Carabineros, estando destinado en Algeciras y Estepona, pero en 1895 por un delito de insubordinación es condenado a 12 años de prisión militar. Se complicaba mucho la vida de Eloy, pero ese mismo año, el estallido de los conflictos de Cuba y Filipinas, hizo que muchas penas se conmutaran a cambio de ir a luchar a estas zonas. No desaprovechó Eloy esta oportunidad que se le presentaba y se alista en el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63, con destino en Puerto Príncipe (Cuba). La guerra estaba en su momento más difícil y el 22 de septiembre de 1896, 3000 insurrectos cubanos, cercan la pequeña población de Cascorro, cercana a Puerto Príncipe. Allí quedaron sitiados los españoles, volviéndose cada vez más preocupante su situación. Es aquí cuando Eloy entra en la historia. El día 26, al borde de la derrota total, los españoles entienden que la única posibilidad para salir de aquella ratonera es volar una casa donde están atrincherados la mayoría de los insurrectos que no paran de hacer fuego contra ellos. Eloy Gonzalo se ofrece voluntario para ir con una lata de petróleo a hacer estallar el edificio. Decidido la cogió, junto a su fusil y solo pidió que le ataran una cuerda a la cintura, pues siendo lo más probable que estallará con él dentro o que fuera descubierto, no quería que su cuerpo quedara en manos del enemigo. Gracias a la cuerda, sus compañeros, podrían tirar de su cuerpo para recuperarlo. Pero, contra todo pronóstico la acción fue un éxito. Pronto su acción fue conocida en toda España y el Madrid más castizo, que sabía que era uno de los suyos, lo escogió como estandarte.
Eloy siguió combatiendo en Cuba y obtuvo la prestigiosa Medalla al Merito Militar con distintivo rojo, con pensión de 7,5 pesetas incluida, pero nunca volvería vivo a España, pues una enfermedad le arrebató la vida el 18 de Junio de 1897 en el Hospital de Matanzas. Su cuerpo fue repatriado y sus restos descansan en el cementerio de la Almudena, junto a otros héroes anónimos de aquellas guerras coloniales. El pueblo de Madrid no olvidó a su héroe, y primero lo dedicó una calle y el ayuntamiento le erigió una estatua en el Rastro, en una plaza que a pesar de ser de Nicolás Salmerón, para los madrileños siempre fue la plaza de Cascorro, su héroe Eloy Gonzalo.
La plaza donde está la estatua de Eloy Gonzalo acabó llamándose de Cascorro. |
Bibliografía: www.historiaymilicia.com
sábado, 18 de diciembre de 2010
AGUSTINA DE ARAGÓN.
Agustina de Aragón, cuyo nombre real era Agustina Raimunda María Saragossa Doménech, fue una heroína de la guerra de la Independencia contra los franceses. Aunque pasó por su lucha en el primer asedio de Zaragoza, lo cierto y menos sabido es que estuvo presente en muchos más campos de batalla.
No está muy claro su lugar de nacimiento, algunos historiadores afirman que fue en Reus, mientras que otros apuestan por Barcelona en 1786. Con tan solo 16 años se casa con otro catalán, un Cabo 2º de Artillería, del Primer Regimiento del Real Cuerpo de Artillería, con sede en Barcelona. Nace aquí la relación de Agustina con el ejército. Juan Roca, que así se llamaba su marido, ya participa en la famosa Batalla del Bruch. Cuando este es ascendido a Sargento 2º, se trasladan a Zaragoza, poco antes del inicio del primer asedio francés. Zaragoza era una ciudad clave en la red de comunicaciones de esa parte de España y pronto se convirtió en objetivo de los invasores. La defensa de Zaragoza queda en manos del General Palafox, que tras los fracasos en campo abierto decide encerrarse en la ciudad, la cual contaba con 50000 habitantes, muchos para la época, pues Madrid apenas la triplicaba en número. A mediados de Junio los franceses, comandados por Lebfevre comienzan con sus bombardeos y ataques. Su planeamiento se basaba en debilitar la ciudad con su artillería para luego tomarla al asalto, centrándose en 3 de las puertas de la ciudad, la del Carmen, la de Santa Engracia y la del Portillo. Será en esta última donde Agustina pase a la historia. Ya en los primeros momentos ayuda, junto a muchas otras mujeres, a los hombres que defienden la puerta, llevándoles constantemente agua, alimentos y munición. Pero, será el 2 de julio, cuando los franceses iban a penetrar por una brecha que habían conseguido abrir en la defensa, que Agustina se hizo leyenda. Los encargados de manejar las piezas de artillería allí apostadas habían muerto casi todos y los pocos que quedaban vivos estaban muy mal heridos. La entrada del enemigo era inminente, pero allí apareció Agustina, que junto a las demás mujeres insuflaron ánimo a los artilleros y les siguieron llevando más municiones. Pese a todos sus esfuerzos, los españoles no dejaban de caer y justo cuando los franceses se disponían a pasar Agustina se hizo con el botafuego de una pieza que había quedado sin servidores y disparo a bocajarro a los invasores. Esto dio nuevos ánimos a los supervivientes que sacaron fuerzas de donde no había y consiguieron hacer retroceder al enemigo. La misma Agustina relata los hechos en tercera persona en un memorial que escribió al año siguiente al rey Fernando VII: "... atacada con la mayor furia, pónese entre los Artilleros, los socorre, los ayuda y dice: ¡Animo Artilleros, que aquí hay mugeres cuando no podáis más!. No había pasado mucho rato quando cae de un balazo en el pecho el Cabo que mandaba a falta de otro Xefe, el qual se retiró por Muerto; y caen también de una granada, y abrasados de los cartuchos que voló casi todos los Artilleros, quedando por esta desgracia inutilizada la batería y espuesta a ser asaltada: con efecto, ya se acercaba una columna enemiga quando tomando la Exponente un botafuego pasa por entre muertos y heridos, descarga un cañón de a 24 con bala y metralla, aprovechada de tal suerte, que levantándose los pocos Artilleros de la sorpresa en que yacían a la vista de tan repentino azar, sostiene con ellos el fuego hasta que llega un refuerzo de otra batería, y obligan al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada. En este día de gloria mediante el parte del Comandante de la batería el Coronel que era de Granaderos de Palafox, la condecora el General con el título de Artillera y sueldo de seis reales diarios...".
Así era, Agustina había conseguido salvar la ciudad por el momento y enterado el General Palafox, la hace llamar y la nombra Subteniente de Artillería y le concede dos medallas, la de DEFENSORA DE ZARAGOZA y la de RECOMPENSA AL VALOR Y PATRIOTISMO. En su parte sobre la acción de aquel día, el líder de la resistencia maña escribió de ella: "... enlazada con conesiones con un Sargento de Artillería, con quien estaba concertado su matrimonio; servía éste bizarramente aquel cañón de a 24, y a la sazón una bala enemiga lo acierta y lo tiende en el suelo; llegaba la Agustina a traerle el refresco y no se le permitió la entrada, contentándose en contemplar a su amante desde la gola de la batería, verle caer y presentarse ella en el mismo sitio fue obra de un momento, arranca del cadáver el botafuego que tenía aún en la mano, llena de heroico entusiasmo dice: AQUÍ ESTOY YO PARA VENGARTE, agita el botafuego y lo aplica al cañón declarando que no se separaría del lado de su amado hasta perder ella también la vida..."
Tras la derrota en Bailén los franceses abandonan el sitio. Por desgracia, Napoleón no cejó en su empeño de ocupar España y tras reorganizar sus fuerzas volvió a la carga con más fuerza. Así, a finales de ese 1809, los franceses vuelven a sitiar la ciudad. De nuevo Agustina participará en su defensa, pero cae enferma de peste. Estaba en esta condición cuando los franceses consiguieron entrar en la ciudad. Así lo narró ella: "... La llevaron con otros muchos a Casablanca. Estiéndese la voz entre los Comandantes franceses que la Artillera Zaragoza estaba prisionera y se le presentan dos, cuya maldita lengua no entendió, y se dexa comprender por la caridad que después dispensaron. Esta no fue otra que hacerla andar, sin consideración a su enfermedad, con todos los demás Prisioneros y su hijo, hasta que apiadado uno de éstos, el Ayudante de Artillería Dn. Pedro de Bustamante, le cedió uno de los dos machos que llevaba, donde fue con su criatura hasta que en Caparroso le robaron el macho, ropa y dinero que llevaba... Llegada a Olvega perdió a su hijo a la fuerza del contagio, fatiga del camino y falta de recursos para asistencia."
Pese a todas las desgracias y penurias, la leyenda de Agustina ya era famosa en toda Europa. Una Europa que miraba expectante como unos españoles muy poco organizados conseguían poner en jaque a las tropas napoleónicas, invencibles en el resto de campo de batallas. Se había hecho tan famosa que empezó a ser homenajeada y reclamada por los generales más famosos de la época. Fernando VII la nombre Alférez de Infantería. Pero ella lo que quería era estar con su marido, que ya era Subteniente de Artillería y seguir luchando. Se reúne con él en Tarragona y participa en la defensa de Tortosa. Tras caer la ciudad estuvo en la guerrilla de Chaleco actuando en la Mancha y parece ser que también intervino en la batalla final de Vitoria, donde los últimos franceses fueron expulsados de España ya en 1814.
Tras la expulsión de los franceses, sigue con su marido y tiene un segundo hijo. Lo acompaña a todos sus destinos. Él ya es Teniente, pero enferma de tisis y muere. Es viuda con 37 años. Pronto Agustina se volvió a casar, esta vez con un medico alicantino. Esto lo consiguió por el privilegio de ser Subteniente vivo, lo que le daba derecho a segundas nupcias.
Vivió una larga época en Sevilla, para acabar trasladándose a Ceuta, donde estaba agregada al Regimiento de la ciudad y cobraba una pensión como Subteniente. Es en esta ciudad tan española donde muere en 1857. Allí es enterrada en un panteón que contaba con la siguiente inscripción:
"A la memoria de doña AGUSTINA ZARAGOZA
Aquí yacen los restos de la ilustre Heroína, cuyos hechos de valor y virtud en la Guerra de la Independencia llenaron al mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta en 29 de mayo de 1857 a los setenta y un años de edad: su esposo Don Juan Cobos, su hija doña Carlota e hijo político don Francisco Atienza, dedican este recuerdo a los restos queridos."
Tras ser derribado este panteón, sus restos se trasladan a Zaragoza. Será el 14 de junio de 1870 cuando llegan a la ciudad que la volverá a acoger. En un principio sus restos quedaron depositados en la Catedral del Pilar; para acabar teniendo su definitivo descanso fue la capilla de la Asunción de la Virgen, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, donde había protagonizado su gran gesta. No estará sola en su tumba, sino acompañada de otras dos heroínas de la resistencia de la ciudad, Manuela Sancho y Casta Álvarez. Fue en 1909 y el Rey Alfonso XIII les dedicó la siguiente lápida:
"Aquí yacen los restos mortales de AGUSTINA ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ y MANUELA SANCHO. Descansen en paz las heroínas defensoras de Zaragoza. Este monumento les consagra y dedica la Junta del centenario de los Sitios 1808 y 1809."
Agustina con uniforme de Subteniente y sus dos medallas. |
Así era, Agustina había conseguido salvar la ciudad por el momento y enterado el General Palafox, la hace llamar y la nombra Subteniente de Artillería y le concede dos medallas, la de DEFENSORA DE ZARAGOZA y la de RECOMPENSA AL VALOR Y PATRIOTISMO. En su parte sobre la acción de aquel día, el líder de la resistencia maña escribió de ella: "... enlazada con conesiones con un Sargento de Artillería, con quien estaba concertado su matrimonio; servía éste bizarramente aquel cañón de a 24, y a la sazón una bala enemiga lo acierta y lo tiende en el suelo; llegaba la Agustina a traerle el refresco y no se le permitió la entrada, contentándose en contemplar a su amante desde la gola de la batería, verle caer y presentarse ella en el mismo sitio fue obra de un momento, arranca del cadáver el botafuego que tenía aún en la mano, llena de heroico entusiasmo dice: AQUÍ ESTOY YO PARA VENGARTE, agita el botafuego y lo aplica al cañón declarando que no se separaría del lado de su amado hasta perder ella también la vida..."
Tras la derrota en Bailén los franceses abandonan el sitio. Por desgracia, Napoleón no cejó en su empeño de ocupar España y tras reorganizar sus fuerzas volvió a la carga con más fuerza. Así, a finales de ese 1809, los franceses vuelven a sitiar la ciudad. De nuevo Agustina participará en su defensa, pero cae enferma de peste. Estaba en esta condición cuando los franceses consiguieron entrar en la ciudad. Así lo narró ella: "... La llevaron con otros muchos a Casablanca. Estiéndese la voz entre los Comandantes franceses que la Artillera Zaragoza estaba prisionera y se le presentan dos, cuya maldita lengua no entendió, y se dexa comprender por la caridad que después dispensaron. Esta no fue otra que hacerla andar, sin consideración a su enfermedad, con todos los demás Prisioneros y su hijo, hasta que apiadado uno de éstos, el Ayudante de Artillería Dn. Pedro de Bustamante, le cedió uno de los dos machos que llevaba, donde fue con su criatura hasta que en Caparroso le robaron el macho, ropa y dinero que llevaba... Llegada a Olvega perdió a su hijo a la fuerza del contagio, fatiga del camino y falta de recursos para asistencia."
Pese a todas las desgracias y penurias, la leyenda de Agustina ya era famosa en toda Europa. Una Europa que miraba expectante como unos españoles muy poco organizados conseguían poner en jaque a las tropas napoleónicas, invencibles en el resto de campo de batallas. Se había hecho tan famosa que empezó a ser homenajeada y reclamada por los generales más famosos de la época. Fernando VII la nombre Alférez de Infantería. Pero ella lo que quería era estar con su marido, que ya era Subteniente de Artillería y seguir luchando. Se reúne con él en Tarragona y participa en la defensa de Tortosa. Tras caer la ciudad estuvo en la guerrilla de Chaleco actuando en la Mancha y parece ser que también intervino en la batalla final de Vitoria, donde los últimos franceses fueron expulsados de España ya en 1814.
Tras la expulsión de los franceses, sigue con su marido y tiene un segundo hijo. Lo acompaña a todos sus destinos. Él ya es Teniente, pero enferma de tisis y muere. Es viuda con 37 años. Pronto Agustina se volvió a casar, esta vez con un medico alicantino. Esto lo consiguió por el privilegio de ser Subteniente vivo, lo que le daba derecho a segundas nupcias.
Vivió una larga época en Sevilla, para acabar trasladándose a Ceuta, donde estaba agregada al Regimiento de la ciudad y cobraba una pensión como Subteniente. Es en esta ciudad tan española donde muere en 1857. Allí es enterrada en un panteón que contaba con la siguiente inscripción:
"A la memoria de doña AGUSTINA ZARAGOZA
Aquí yacen los restos de la ilustre Heroína, cuyos hechos de valor y virtud en la Guerra de la Independencia llenaron al mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta en 29 de mayo de 1857 a los setenta y un años de edad: su esposo Don Juan Cobos, su hija doña Carlota e hijo político don Francisco Atienza, dedican este recuerdo a los restos queridos."
Tras ser derribado este panteón, sus restos se trasladan a Zaragoza. Será el 14 de junio de 1870 cuando llegan a la ciudad que la volverá a acoger. En un principio sus restos quedaron depositados en la Catedral del Pilar; para acabar teniendo su definitivo descanso fue la capilla de la Asunción de la Virgen, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, donde había protagonizado su gran gesta. No estará sola en su tumba, sino acompañada de otras dos heroínas de la resistencia de la ciudad, Manuela Sancho y Casta Álvarez. Fue en 1909 y el Rey Alfonso XIII les dedicó la siguiente lápida:
"Aquí yacen los restos mortales de AGUSTINA ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ y MANUELA SANCHO. Descansen en paz las heroínas defensoras de Zaragoza. Este monumento les consagra y dedica la Junta del centenario de los Sitios 1808 y 1809."
sábado, 11 de diciembre de 2010
SATURNINO MARTÍN CEREZO Y LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS.
Hace ya unos años del centenario del llamado “desastre del 98”, cuando España perdió sus últimos territorios allende de mar, los últimos vestigios de aquel imperio solar del Siglo de Oro. El trágico y desdichado final de los acontecimientos acaecidos en 1898 no debe hacernos olvidar que pese a las derrotas, el orgullo y honor de España y de nuestro ejército quedó muy alto. No solo no quedó mancillado nuestro buen nombre, sino que se le honró y se escribieron páginas de gloria con letras de oro. Uno de los mayores ejemplos es, como no podía ser de otra forma, la historia de Los últimos de Filipinas y en especial del hombre que lideró su resistencia, el teniente de infantería Don Saturnino Martín Cerezo.
Las Islas Filipinas pertenecían a España desde 1565, cuando el rey Felipe II, que da nombre a las islas, encargó su conquista a Andrés de Urdaneta y Miguel López de Legazpi. Hubo alguna que otra revuelta que sofocar a lo largo de los casi cuatro siglos de posesión española, pero es a finales del siglo XIX cuando se organiza un verdadero movimiento de segregación, cuyo máximo exponente era el grupo Katipunan, liderado por Emilio Aguinaldo. En 1897, Aguinaldo y el general Primo de Rivera firman una paz que parece estabilizar el territorio. El distrito del Príncipe, cuya capital es Baler, había sido siempre una zona tranquila, pero en los últimos enfrentamientos los españoles habían sufrido serias bajas en la zona. Pese a todo, no se refuerza convenientemente la posición después de la paz y tan solo se envían 50 hombres del 2º Batallón de Cazadores al mando del teniente Juan Alonso Zayas. Junto a él hay otros tres oficiales, el capitán y gobernador político-militar del distrito, Enrique de las Moreras y Fossi, el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones y el que será el gran protagonista, el teniente Martín Cerezo. Junto a ellos habrá 4 cabos, 1 corneta, 45 soldados y 3 sanitarios, dos de ellos filipinos, los cuales fueron los primeros en desertar.
Tras estallar la guerra con Estados Unidos, los filipinos se vuelven a rebelar. En un principio los americanos les demostraron un apoyo que luego se vería falso, pero que ahora les valdría para debilitar a los españoles en esa zona. Centrándonos en Baler, el asedio se puede dar por iniciado el 30 de junio de 1898, cuando los españoles rechazan un ataque de los independentistas filipinos, en el cual resulta herido el cabo de la guardia civil Jesús García Quijano. Los mandos españoles se percatan que están aislados en Baler, la capital, Manila se encuentra muy lejos para poder recibir refuerzos, por lo que para asegurar su posición deciden encerrarse en la iglesia de Baler, la cual cuenta con unos muros muy gruesos y que durante 337 días se convertirá en su fortaleza inexpugnable. Nada más empezar a organizar la posición, el teniente Martín Cerezo, entonces tercero al mando de la guarnición, empieza a demostrar sus dotes de líder. Muestra una gran prudencia a la hora de acumular víveres, incluso trae 4 caballos a la iglesia pues si les pueden servir de carne en un futuro, pero ante la negativa de los otros mandos, los ha de liberar. Pese a todo se sigue mostrando competente en sus acciones, y piensa que sería bueno excavar en busca de un pozo de agua. Un maestro del pueblo le dice que muchas veces se ha intentado esto y nunca se ha conseguido. Esta afirmación no doblega la iniciativa del teniente Martín y se sigue con la excavación, la cual tras llegar a los cuatro metros de profundidad dará sus frutos, algo que fue de vital importancia para soportar el asedio. También se construirá un pequeño huerto y se almacenará todo el alimento posible, aunque la falta de sal para conservarlo, hará que se pudra con el tiempo.
Los días van pasando y llegan las primeras deserciones. Mientras tanto, en el exterior, el desarrollo de acontecimientos no para. España es derrotada en sendas batallas navales por Estados Unidos y acaba por firmar el 10 de diciembre la Paz de Paris, por la que España vende a su contendiente Filipinas, la isla de Guam y Puerto Rico por 20 millones de dólares. Ignorantes de todo esto, los bravos españoles continúan su numantina resistencia tras los muros de la Iglesia. La falta de vitamina B será la causa de la propagación de la enfermedad del beriberi, que junto a la disentería hará estragos en la guarnición. Mientras que solo hubo dos muertos por herida de bala, serán 16 los que fallezcan por enfermedad, entre ellos el capitán de las Morenas y el teniente Zayas, quedando en noviembre ya como jefe único el teniente Martín Cerezo. Cabe destacar que durante el asedio, los independentistas no pararon de enviar misivas pidiendo la rendición de la posición. A la última a la que respondió el capitán de las Morenas, era este el que les instaba a los filipinos a rendirse, prometiéndoles que serían tratados de forma benévola. Los filipinos no podían creer la tenacidad de los españoles e hicieron todo lo posible para que desistieran de su actitud. Les enviaron dos curas para convencerles, pero se acabaron quedando con los sitiados. Del mismo modo, no dejaron de utilizar todo tipo de tretas, como poner mujeres semidesnudas frente a los españoles haciéndoles proposiciones sexuales. Todo este tipo de argucias fue lo que hizo que el teniente Martín Cerezo nunca creyera que España había abandonado aquellas tierras y mantuviera la constancia en la defensa. Tras la primera fase de la epidemia de beriberi al teniente solo le quedaban 35 soldados, un trompeta y 3 cabos, y ninguno estaba completamente sano. La toma del mando por parte del teniente Martín Cerezo se hizo notar en la moral. Todas las tardes, para mantener el entusiasmo en sus tropas y dejar claro al enemigo que nunca se rendiría, cogía al personal que estaba franco de servicio y organizaba pequeñas fiestas. Y, como buenos infantes, no desaprovecharon el día de la Inmaculada para celebrarla pese a lo delicado de su situación. Ese día hubo menú especial con moraga de sardinas, café y torrijas de postre. La situación se complico cuando el teniente médico Vigil estaba a punto de morir. Era necesario obtener fruta para curar su enfermedad. El teniente Martín Cerezo organizó una salida comandad por el cabo José Olivares Conejero junto a 14 hombres. La acción fue en éxito, pues además de conseguir fruta fresca, se incendiaron las casas desde donde más fuego hacían los indígenas, los cuales huyeron, y se perfeccionó la zona de la defensa, además de que se pudieron abrir las puertas de la iglesia para su ventilación. En Nochebuena, una nueva fiesta y menú especial, pollo asado y fruta, calabaza asada y café, todo ello amenizado con villancicos y música gracias a los instrumentos que había en la iglesia.
Los filipinos empezaron a enviar a mediadores españoles para que convencieran a los sitiados de que la guerra había terminado. El teniente Martín Cerezo contestaba en nombre del capitán de las Morenas, pues había ocultado su muerte al enemigo. Incluso cuando vino un capitán español con una orden de rendición firmada por el gobernador, el teniente Martín Cerezo no la creyó, pues le pareció sospechoso que este se le presentara de paisano y decidió acogerse al artículo 748 de las Ordenanzas Militares en el que se recordaba que, en situación de guerra, incluso la ejecución de las órdenes escritas de rendir una plaza provenientes de un superior debían ser suspendidas hasta que se comprobase fehacientemente su autenticidad, enviando, si era posible, una persona de confianza que las verificara.
En febrero se descubre el intento de deserción de dos soldados y un cabo, que resultan arrestados, y a los que se acabó por fusilar poco antes del final del asedio, cuando se pensó en una huída desesperada en la que estos elementos podrían haber sido un peligro. Ya en abril, los americanos, ahora en paz con España y en guerra con los independentistas envían un buque para rescatar a los sitiados, el USS Yorktown, pero son sorprendidos en el desembarco y mueren un teniente y 15 marines. Estamos ya en mayo de 1899 y llega a parlamentar con los asediados alguien que se identifica como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda, y que viene en nombre del General Ríos. El teniente Martín Cerezo duda de la veracidad de este hombre y es famoso el dialogo entre ambos, el cual dice:
"¡Pero hombre! ¿qué tengo que hacer para que Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?" A ello le contestó el teniente Martín Cerezo: "Si viniera, entonces sí que obedecería las órdenes". Pese a rechazarle, aceptó unos puestos periódicos que decía traer de España.
Es junio y la situación dentro de la iglesia es desesperada. Haciendo una vez más gala de una gran responsabilidad, el teniente Martín Cerezo decide organizar una salida nocturna hacia la costa para encontrar un buque que les lleve hasta Manila. A causa del tiempo, tuvo que retrasar la acción y en ese intervalo leyó aquellos periódicos que le había dejado el Teniente Coronel Aguilar Castañeda. Cuál fue su sorpresa cuando leyó la noticia de que su amigo y compañero el teniente Francisco Díaz Navarro pasaba destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado en secreto el propio Díaz Navarro hacía tiempo. Según se expresaría el mismo Martín Cerezo, "Aquella noticia fue como un rayo de luz que lo iluminara de súbito". Decidió entonces reunir a sus hombre y les relató cuál era realmente la situación y les propuso una retirada honrosa, sin pérdida de la dignidad y del honor depositado en ellos por España. Sus hombres confiaron una vez más en su líder y este pacto las condiciones con el Teniente Coronel filipino Simón Tersón. Lo que pedía el español era lo siguiente:
"En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las siguientes condiciones: Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos del gobierno español; Tercera: La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españoles o lugar seguro para poderse incorporar a ellas; Cuarta: Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas".
Así acababan 337 días de duro asedio. Los filipinos, hasta entonces enemigo, presentaron armas mientras salían con la bandera española ondeando al viento y desfilando los bravos soldados españoles. Antes de volver a España fueron recibidos por el propio presidente filipino Emilio Aguinaldo que los honró por su valentía y publicó el siguiente Decreto:
"Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país".
El 29 de julio de 1899 llegaban a España Los últimos de Filipinas, que eran 1 Teniente de Infantería, 1 Teniente Médico, 2 Cabos, 1 Corneta y 28 Soldados.
El teniente Martín Cerezo hubo de dar cuenta a sus mandos sobre su actuación y de porque no obedeció a las ordenes de que abandonará su posición. Se defendió con un argumento de peso, que no podía creer que el ejército español se hubiera rendido. Finalmente, un tiempo después el rey Alfonso XIII le concedió la más alta distinción militar, la Cruz Laureada de San Fernando. Martín Cerezo acabaría llegando a general. En 1904 escribió sus memorias sobre el sitio de Baler, en la obra titulada El Sitio de Baler, notas y recuerdos.
Las Islas Filipinas pertenecían a España desde 1565, cuando el rey Felipe II, que da nombre a las islas, encargó su conquista a Andrés de Urdaneta y Miguel López de Legazpi. Hubo alguna que otra revuelta que sofocar a lo largo de los casi cuatro siglos de posesión española, pero es a finales del siglo XIX cuando se organiza un verdadero movimiento de segregación, cuyo máximo exponente era el grupo Katipunan, liderado por Emilio Aguinaldo. En 1897, Aguinaldo y el general Primo de Rivera firman una paz que parece estabilizar el territorio. El distrito del Príncipe, cuya capital es Baler, había sido siempre una zona tranquila, pero en los últimos enfrentamientos los españoles habían sufrido serias bajas en la zona. Pese a todo, no se refuerza convenientemente la posición después de la paz y tan solo se envían 50 hombres del 2º Batallón de Cazadores al mando del teniente Juan Alonso Zayas. Junto a él hay otros tres oficiales, el capitán y gobernador político-militar del distrito, Enrique de las Moreras y Fossi, el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones y el que será el gran protagonista, el teniente Martín Cerezo. Junto a ellos habrá 4 cabos, 1 corneta, 45 soldados y 3 sanitarios, dos de ellos filipinos, los cuales fueron los primeros en desertar.
Martín Cerezo |
Tras estallar la guerra con Estados Unidos, los filipinos se vuelven a rebelar. En un principio los americanos les demostraron un apoyo que luego se vería falso, pero que ahora les valdría para debilitar a los españoles en esa zona. Centrándonos en Baler, el asedio se puede dar por iniciado el 30 de junio de 1898, cuando los españoles rechazan un ataque de los independentistas filipinos, en el cual resulta herido el cabo de la guardia civil Jesús García Quijano. Los mandos españoles se percatan que están aislados en Baler, la capital, Manila se encuentra muy lejos para poder recibir refuerzos, por lo que para asegurar su posición deciden encerrarse en la iglesia de Baler, la cual cuenta con unos muros muy gruesos y que durante 337 días se convertirá en su fortaleza inexpugnable. Nada más empezar a organizar la posición, el teniente Martín Cerezo, entonces tercero al mando de la guarnición, empieza a demostrar sus dotes de líder. Muestra una gran prudencia a la hora de acumular víveres, incluso trae 4 caballos a la iglesia pues si les pueden servir de carne en un futuro, pero ante la negativa de los otros mandos, los ha de liberar. Pese a todo se sigue mostrando competente en sus acciones, y piensa que sería bueno excavar en busca de un pozo de agua. Un maestro del pueblo le dice que muchas veces se ha intentado esto y nunca se ha conseguido. Esta afirmación no doblega la iniciativa del teniente Martín y se sigue con la excavación, la cual tras llegar a los cuatro metros de profundidad dará sus frutos, algo que fue de vital importancia para soportar el asedio. También se construirá un pequeño huerto y se almacenará todo el alimento posible, aunque la falta de sal para conservarlo, hará que se pudra con el tiempo.
Los días van pasando y llegan las primeras deserciones. Mientras tanto, en el exterior, el desarrollo de acontecimientos no para. España es derrotada en sendas batallas navales por Estados Unidos y acaba por firmar el 10 de diciembre la Paz de Paris, por la que España vende a su contendiente Filipinas, la isla de Guam y Puerto Rico por 20 millones de dólares. Ignorantes de todo esto, los bravos españoles continúan su numantina resistencia tras los muros de la Iglesia. La falta de vitamina B será la causa de la propagación de la enfermedad del beriberi, que junto a la disentería hará estragos en la guarnición. Mientras que solo hubo dos muertos por herida de bala, serán 16 los que fallezcan por enfermedad, entre ellos el capitán de las Morenas y el teniente Zayas, quedando en noviembre ya como jefe único el teniente Martín Cerezo. Cabe destacar que durante el asedio, los independentistas no pararon de enviar misivas pidiendo la rendición de la posición. A la última a la que respondió el capitán de las Morenas, era este el que les instaba a los filipinos a rendirse, prometiéndoles que serían tratados de forma benévola. Los filipinos no podían creer la tenacidad de los españoles e hicieron todo lo posible para que desistieran de su actitud. Les enviaron dos curas para convencerles, pero se acabaron quedando con los sitiados. Del mismo modo, no dejaron de utilizar todo tipo de tretas, como poner mujeres semidesnudas frente a los españoles haciéndoles proposiciones sexuales. Todo este tipo de argucias fue lo que hizo que el teniente Martín Cerezo nunca creyera que España había abandonado aquellas tierras y mantuviera la constancia en la defensa. Tras la primera fase de la epidemia de beriberi al teniente solo le quedaban 35 soldados, un trompeta y 3 cabos, y ninguno estaba completamente sano. La toma del mando por parte del teniente Martín Cerezo se hizo notar en la moral. Todas las tardes, para mantener el entusiasmo en sus tropas y dejar claro al enemigo que nunca se rendiría, cogía al personal que estaba franco de servicio y organizaba pequeñas fiestas. Y, como buenos infantes, no desaprovecharon el día de la Inmaculada para celebrarla pese a lo delicado de su situación. Ese día hubo menú especial con moraga de sardinas, café y torrijas de postre. La situación se complico cuando el teniente médico Vigil estaba a punto de morir. Era necesario obtener fruta para curar su enfermedad. El teniente Martín Cerezo organizó una salida comandad por el cabo José Olivares Conejero junto a 14 hombres. La acción fue en éxito, pues además de conseguir fruta fresca, se incendiaron las casas desde donde más fuego hacían los indígenas, los cuales huyeron, y se perfeccionó la zona de la defensa, además de que se pudieron abrir las puertas de la iglesia para su ventilación. En Nochebuena, una nueva fiesta y menú especial, pollo asado y fruta, calabaza asada y café, todo ello amenizado con villancicos y música gracias a los instrumentos que había en la iglesia.
La iglesia donde se refugiaron los españoles |
Los filipinos empezaron a enviar a mediadores españoles para que convencieran a los sitiados de que la guerra había terminado. El teniente Martín Cerezo contestaba en nombre del capitán de las Morenas, pues había ocultado su muerte al enemigo. Incluso cuando vino un capitán español con una orden de rendición firmada por el gobernador, el teniente Martín Cerezo no la creyó, pues le pareció sospechoso que este se le presentara de paisano y decidió acogerse al artículo 748 de las Ordenanzas Militares en el que se recordaba que, en situación de guerra, incluso la ejecución de las órdenes escritas de rendir una plaza provenientes de un superior debían ser suspendidas hasta que se comprobase fehacientemente su autenticidad, enviando, si era posible, una persona de confianza que las verificara.
En febrero se descubre el intento de deserción de dos soldados y un cabo, que resultan arrestados, y a los que se acabó por fusilar poco antes del final del asedio, cuando se pensó en una huída desesperada en la que estos elementos podrían haber sido un peligro. Ya en abril, los americanos, ahora en paz con España y en guerra con los independentistas envían un buque para rescatar a los sitiados, el USS Yorktown, pero son sorprendidos en el desembarco y mueren un teniente y 15 marines. Estamos ya en mayo de 1899 y llega a parlamentar con los asediados alguien que se identifica como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda, y que viene en nombre del General Ríos. El teniente Martín Cerezo duda de la veracidad de este hombre y es famoso el dialogo entre ambos, el cual dice:
"¡Pero hombre! ¿qué tengo que hacer para que Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?" A ello le contestó el teniente Martín Cerezo: "Si viniera, entonces sí que obedecería las órdenes". Pese a rechazarle, aceptó unos puestos periódicos que decía traer de España.
Es junio y la situación dentro de la iglesia es desesperada. Haciendo una vez más gala de una gran responsabilidad, el teniente Martín Cerezo decide organizar una salida nocturna hacia la costa para encontrar un buque que les lleve hasta Manila. A causa del tiempo, tuvo que retrasar la acción y en ese intervalo leyó aquellos periódicos que le había dejado el Teniente Coronel Aguilar Castañeda. Cuál fue su sorpresa cuando leyó la noticia de que su amigo y compañero el teniente Francisco Díaz Navarro pasaba destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado en secreto el propio Díaz Navarro hacía tiempo. Según se expresaría el mismo Martín Cerezo, "Aquella noticia fue como un rayo de luz que lo iluminara de súbito". Decidió entonces reunir a sus hombre y les relató cuál era realmente la situación y les propuso una retirada honrosa, sin pérdida de la dignidad y del honor depositado en ellos por España. Sus hombres confiaron una vez más en su líder y este pacto las condiciones con el Teniente Coronel filipino Simón Tersón. Lo que pedía el español era lo siguiente:
"En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las siguientes condiciones: Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos del gobierno español; Tercera: La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españoles o lugar seguro para poderse incorporar a ellas; Cuarta: Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas".
Así acababan 337 días de duro asedio. Los filipinos, hasta entonces enemigo, presentaron armas mientras salían con la bandera española ondeando al viento y desfilando los bravos soldados españoles. Antes de volver a España fueron recibidos por el propio presidente filipino Emilio Aguinaldo que los honró por su valentía y publicó el siguiente Decreto:
"Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país".
El 29 de julio de 1899 llegaban a España Los últimos de Filipinas, que eran 1 Teniente de Infantería, 1 Teniente Médico, 2 Cabos, 1 Corneta y 28 Soldados.
El teniente Martín Cerezo hubo de dar cuenta a sus mandos sobre su actuación y de porque no obedeció a las ordenes de que abandonará su posición. Se defendió con un argumento de peso, que no podía creer que el ejército español se hubiera rendido. Finalmente, un tiempo después el rey Alfonso XIII le concedió la más alta distinción militar, la Cruz Laureada de San Fernando. Martín Cerezo acabaría llegando a general. En 1904 escribió sus memorias sobre el sitio de Baler, en la obra titulada El Sitio de Baler, notas y recuerdos.
Los Héroes de Baler |
viernes, 10 de diciembre de 2010
EL CORONEL MOSCARDÓ Y LA DEFENSA DEL ALCÁZAR DE TOLEDO.
Uno de los hechos más trascendentes de la guerra civil española, tanto por su significado, como por el heroísmo que en el hubo, fue el asedio del Alcázar de Toledo. Pese a que Toledo no era un punto estratégico demasiado valioso desde el punto de vista militar; la toma del Alcázar pronto se convirtió en algo fundamental para las fuerzas republicanas, que intentaron buscar en ello un golpe de efecto propagandístico. Pronto, todo el mundo estuvo pendiente del desarrollo de los acontecimientos de esta operación. La tenaz resistencia de sus defensores, hizo que la publicidad del asedio se volviera contra los republicanos, cosa que supieron aprovechar los nacionales para ganar una gran batalla moral en los inicios de la guerra, que sirvió para llenar de motivación a sus filas. No les importó tener que desviar las tropas que iban a atacar Madrid, perdiendo un tiempo que habría sido precioso para ocupar la capital en el mismo año 1936. Sabían que si liberaban el Alcázar, ganarían muchos enteros ante la opinión pública, y, además, harían bueno el sacrificio y la constancia de sus defensores, encabezados por el Coronel de Infantería Don José Moscardó Ituarte.
Moscardó había nacido en Madrid en 1878. Se encontraba estudiando como cadete en la Academia, situada entonces en el Alcázar, en 1897, cuando pospone sus estudios para ir a combatir a Filipinas, aquí empieza a demostrar contar con un gran valor. Una vez terminado ese conflicto, volvió a la Academia para terminar sus estudios y ser destinado con su regimiento, el de Voluntarios del Serrallo a la guerra del Rif de 1909. En África pasaría gran parte de su carrera hasta que en 1929 es ascendido a Coronel y destinado al Colegio de Huérfanos de Toledo. Debido a la llegada del a II República y las reformas que trajo su advenimiento es degradado a Teniente Coronel, pero en 1934 vuelve a ascender y se hace cargo de la Escuela de Gimnasia, además de ser nombrado Comandante Militar de la ciudad. Debido a su cargo fue el encargado de organizar la participación española en las Olimpiadas de Berlín de 1936. Estaba dispuesto a viajar a esta ciudad para asistir a las mismas, cuando le sorprendió el inicio de la guerra civil.
Desde el principio supo Moscardó donde estaba su sitio y aunque no se rebeló de forma clara al gobierno republicano, comenzó a desobedecer sus órdenes y a preparar la toma de Toledo. La ciudad no contaba con una amplia guarnición militar, pues solo albergaba algunas dependencias y la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, que además, por estar en periodo vacacional, apenas contaba con unos pocos cadetes y tropa destinada en la misma. De lo que si disponía Toledo era de una fábrica de armas que contaba con mucha munición, la cual enseguida reclamó el gobierno de Madrid. Moscardó sin negarse, empezó a poner trabas, por lo que los republicanos le amenazaron con enviar tropas a tomar la ciudad. Moscardó analizó la situación y supo ver que poco podía hacer con los hombres que tenía, por lo que decidió enviar todo el armamento en el Alcázar y encerrarse allí para resistir con sus hombres. Además ordenó que todas las comandancias próximas de la Guardia Civil, abandonaran sus puestos y se reunieran con él, trayendo además sus familias. Las fuerzas y material con las que contó, según palabras del propio Moscardó en su diario de operaciones eran:
Hombres
Jefes y Oficiales: 100
Comandancia Guardia Civil: 800
Tropa Academia: 150
Tropa Escuela de Gimnasia: 40
Falange, Acción Popular y varios: 200
En total, unos 1.300; 1.200 para defensa efectiva, por tener que atender a los distintos servicios los no combatientes. A esta guarnición hay que añadir
Mujeres 550
Niños 50
Procedentes, en su mayoría, de familiares de la Guardia Civil, de algunos profesores de la Academia y elementos de Toledo que se refugiaron en el Alcázar, que en total hace una población en el recinto de unas dos mil almas.
Material
De defensa se contaba con el armamento de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias de Asalto y Seguridad, que tenían unos mil doscientos fusiles y mosquetones, y de la Academia se contaba con dos piezas de montaña de 7 cm., con 50 disparos de rompedora; trece ametralladoras Hotckiss de 7 mm., y trece fusiles ametralladores, de la misma marca y calibre, todo en uso por los alumnos en sus prácticas, y un mortero de 50 mm.
Municiones se contaba con las del Alcázar y las de las Fábricas de Armas, que se trasladaron, que en cartuchos de fusil y ametralladora sumaban unos 800.000; 50 granadas rompedoras de 7 cm.; 50 granadas de mortero Valero de 51 cm.; cuatro cajas de granadas de mano Laffite -ofensivas, 200-; una caja de granadas de mano -incendiarias, 25-, y unos 200 petardos pequeños de trilita y un explosivo eléctrico.
De material de defensa contra gases se puede decir no existía, pues en la clase de guerra química se encontraban unas veinticinco máscaras, pero cada una de modelo distinto y la mayor parte de ellas sin eficacia alguna.
Material de fortificación: sólo se contaba con algunos picos y palas de la Academia, pues Toledo carecía de Parque de Ingenieros.
De Transmisiones, los primeros días se contaba con el teléfono automático, y cuando lo cortaron, una vez asediado el Alcázar, se hacía solamente con el interior por líneas militares de campaña tendidas a los sitios y puestos que se juzgaban más interesantes. La fuerza de la Guardia Civil llevó al Alcázar la emisora transmisora de la Comandancia; pero por no tener grupo electrógeno, apenas cortaron el fluido cesó su funcionamiento.
De material de transmisiones para comunicarse con el exterior había el de la Academia, pero la falta de fluido no permitía funcionar a las radios de campaña, ya muy usadas, y tras grandes esfuerzos, reuniendo las baterías de los coches automóviles, se pudo establecer una estación receptora con auriculares que permitió saber la situación en el exterior.
De material sanitario se contaba con el de la Academia (Enfermería), mas el de la Farmacia Militar, que quedaba dentro del recinto de defensa, teniendo elementos hasta muy avanzado el asedio, quedando al final vendajes y algodón.
Víveres
Escasearon desde el principio, pues la Academia, en su vida normal, tenía un economato muy bien surtido; pero por la reducción de Academias, su número de alumnos (unos setenta entre Infantería y Caballería) y empezar el Alzamiento en julio, época de vacaciones, no estaba previsto y sólo quedaban pequeñas cantidades de lo más necesario, como eran judías, garbanzos, arroz, aceite, sal, azúcar, café, especias, y aparte esto había botellas de vinos finos en cantidad, así como latería de anchoas, espárragos y almejas, pues aunque su cantidad no resolvía nada en las comidas que confeccionar, y por tanto desde un principio se dispuso no tocar nada y sólo por excepción de un trabajo excesivo o para enfermos se tomaban de allí vinos generosos, vermut o latería. Víveres para comer un plato en cada comida había para cinco o seis días, y pan; como tampoco había servicio de Intendencia, en Toledo se tenía por contrato con una panadería particular, así que apenas comenzó el asedio no se pudo suministrar.
Agua: Aunque se racionó para evitar su despilfarro, había en abundancia en los distintos pozos aljibes del Alcázar, que permitió no faltase este elemento vital tan necesario, pero que en todo momento estuvo debida y rigurosamente inspeccionada, tanto en su distribución diaria como en el traslado a diversos lugares para evitar su pérdida por bombardeos de artillería y aviación.
La falta de pan se pensó subsanar al principio consumiendo el trigo agorgojado que había para alimentación del ganado, como así se empezó, y después consumir la cebada del ganado; pero afortunadamente se descubrió un depósito de trigo propiedad de un Banco que estaba en las inmediaciones del Alcázar por la parte Este, que contenía unos dos mil sacos de trigo de noventa kilos cada uno y de excelente calidad. Con este hallazgo providencial y los caballos y mulos de la Academia y Guardia Civil se resolvió el problema de la alimentación, aunque en forma muy precaria, hasta que terminó el asedio, ya que la ración de pan que se podía fabricar en el horno de campaña no llegaba a los 18o gramos por el número tan elevado que había que producir y lo poco que rendía la pequeña molturación de trigo que había en el Museo de Intendencia; la carne tenía que estar severamente racionada, pues el asedio se prolongaba, y baste decir que al final de éste sólo quedaron sin sacrificar un caballo y cinco mulos, que hubiesen permitido, a lo máximo, la alimentación escasísima durante seis días.
Por el contrario, las fuerzas republicanas eran mucho mayores, tanto en material como en número. Es difícil saber cuántos combatieron porque se dio el fenómeno llamado “turismo revolucionario”, que consistía en que por la mañana venían desde Madrid en multitud de vehículos, pegaban unos cuantos tiros, para volver por la tarde a contar en la capital sus supuestas hazañas. En los 70 días que duró el asedio, del 22 de julio al 28 de setiembre de 1936, el Alcázar fue 35 veces bombardeado por la aviación republicana y recibió más de 15000 proyectiles de artillería de diversos calibres, además de fuego de fusilería constante. Pero lo que más daño hizo a la estructura fueron las dos minas de 3000 kg de trilita, cada una, que colocaron en sus cimientos en el asalto del 18 de setiembre, el más violento que sufrió el Alcazar, pero que pese a todo, gracias a la buena organización que dispuso Moscardó, solo costó 5 bajas a los defensores.
Muchos fueron los héroes de esta feroz resistencia, como el Capitán Don Luis Alba Navas, que ante las constantes mentiras del bando republicano sobre que el Alcázar había caído, decidió salir disfrazado de miliciano para informar de la verdad a las tropas nacionales, pero que fue descubierto y fusilado. Tampoco se puede olvidar al Cabo de la Guardia Civil Cayetano Caridad, que por haber trabajado como minero, vigilaba constantemente la progresión de la mina que preparaban los republicanos para volar el Alcázar, y que precisamente le tocó a él estar de guardia cuando esta explosionó. Cada uno de los que estuvo allí fue un héroe, incluso mujeres y niños que no pararon de animar, pero todo hubiera sido mucho más difícil sin la actuación de Moscardó, que desde un principio tuvo la iniciativa de anticiparse a los acontecimientos y armarse lo mejor posible en una posición fuerte. Aunque hubo algunas deserciones, supo mantener bien alta la moral de los habitantes de la fortaleza, incluso empezó a editar el famoso diario El Alcázar que tantos años siguió después, y en el que de una manera cómica se narraba el desarrollo de los acontecimientos.
Pero sobre todo Moscardó demostró su liderazgo con el ejemplo, aunque en sus cartas a su mujer muchas veces dice que se encuentra abatido, nunca selo demuestra a sus tropas, sino que no las para de animar. Porque así era, su mujer e hijo no habían podido reunirse con él en el Alcázar, y será con su hijo con quien Moscardó haga su mayor sacrificio como líder de la defensa, pues como hizo muchos siglos antes Guzmán el Bueno, no aceptará el chantaje de rendir la plaza a cambio de la vida de su hijo. De nuevo, quien mejor que el propio Moscardó para describir estos hechos:
El día 23 de julio, por la tarde, sonó el teléfono, pidiendo hablar conmigo. Me pongo al aparato, y resultó ser el Jefe de Milicias de Toledo, quien, con voz tonante, me dijo: «Son ustedes responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo, y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar, y, de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí a mi lado». Contesté: «No creo».
Jefe de Milicias.-«Para que vea que es verdad, ahora se pone al aparato». Hijo. -«¡Papá!»
Yo.-«¿Qué hay, hijo mío?»
Hijo.-«¡Nada; que dicen que si no te rindes me van a fusilar!»
Yo.-«¡Pues encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota, dando un grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!»
Hijo.-«¡Un beso muy fuerte, papá!»
Yo, al Jefe de Milicias. -«¡Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, pues el Alcázar no se rendirá jamás!»
Un mes después, el hijo de Moscardó fue fusilado sin compasión.
Finalmente, el Alcázar fue liberado por la columna del General Valera, la cual Moscardó se le presentó con la famosa frase “Sin novedad en el Alcázar, mi General”. Quizás algo menos famosa, pero igual de impactante es otra frase suya, esta vez al General Franco, cuando este llegó al día siguiente y Moscardó le dijo “Mi general, le entrego el Alcázar destruido, pero el honor queda intacto”. Pero no solo Moscardó habló de su hazaña, para no parecer partidistas que mejor que el testimonio de un periodista extranjero que afirmo “Arrodillémonos ante estos hombres: son la dignidad del mundo. Ellos nos engrandecen con su heroísmo. Por ellos estamos seguros de que el alma humana es todavía capaz de infinita grandeza”.
Moscardó fue ascendido a General de Brigada y luego de División por sus acciones en la guerra civil, donde siguió demostrando ser un gran líder militar. Además recibió la Laureada de San Fernando y con el tiempo Franco le otorgo la grandeza de España con el título nobiliario de Conde del Alcázar de Toledo.
El General Moscardó |
El Alcázar durante un ataque |
Hombres
Jefes y Oficiales: 100
Comandancia Guardia Civil: 800
Tropa Academia: 150
Tropa Escuela de Gimnasia: 40
Falange, Acción Popular y varios: 200
En total, unos 1.300; 1.200 para defensa efectiva, por tener que atender a los distintos servicios los no combatientes. A esta guarnición hay que añadir
Mujeres 550
Niños 50
Procedentes, en su mayoría, de familiares de la Guardia Civil, de algunos profesores de la Academia y elementos de Toledo que se refugiaron en el Alcázar, que en total hace una población en el recinto de unas dos mil almas.
Material
De defensa se contaba con el armamento de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias de Asalto y Seguridad, que tenían unos mil doscientos fusiles y mosquetones, y de la Academia se contaba con dos piezas de montaña de 7 cm., con 50 disparos de rompedora; trece ametralladoras Hotckiss de 7 mm., y trece fusiles ametralladores, de la misma marca y calibre, todo en uso por los alumnos en sus prácticas, y un mortero de 50 mm.
Municiones se contaba con las del Alcázar y las de las Fábricas de Armas, que se trasladaron, que en cartuchos de fusil y ametralladora sumaban unos 800.000; 50 granadas rompedoras de 7 cm.; 50 granadas de mortero Valero de 51 cm.; cuatro cajas de granadas de mano Laffite -ofensivas, 200-; una caja de granadas de mano -incendiarias, 25-, y unos 200 petardos pequeños de trilita y un explosivo eléctrico.
De material de defensa contra gases se puede decir no existía, pues en la clase de guerra química se encontraban unas veinticinco máscaras, pero cada una de modelo distinto y la mayor parte de ellas sin eficacia alguna.
Material de fortificación: sólo se contaba con algunos picos y palas de la Academia, pues Toledo carecía de Parque de Ingenieros.
De Transmisiones, los primeros días se contaba con el teléfono automático, y cuando lo cortaron, una vez asediado el Alcázar, se hacía solamente con el interior por líneas militares de campaña tendidas a los sitios y puestos que se juzgaban más interesantes. La fuerza de la Guardia Civil llevó al Alcázar la emisora transmisora de la Comandancia; pero por no tener grupo electrógeno, apenas cortaron el fluido cesó su funcionamiento.
De material de transmisiones para comunicarse con el exterior había el de la Academia, pero la falta de fluido no permitía funcionar a las radios de campaña, ya muy usadas, y tras grandes esfuerzos, reuniendo las baterías de los coches automóviles, se pudo establecer una estación receptora con auriculares que permitió saber la situación en el exterior.
De material sanitario se contaba con el de la Academia (Enfermería), mas el de la Farmacia Militar, que quedaba dentro del recinto de defensa, teniendo elementos hasta muy avanzado el asedio, quedando al final vendajes y algodón.
Víveres
Escasearon desde el principio, pues la Academia, en su vida normal, tenía un economato muy bien surtido; pero por la reducción de Academias, su número de alumnos (unos setenta entre Infantería y Caballería) y empezar el Alzamiento en julio, época de vacaciones, no estaba previsto y sólo quedaban pequeñas cantidades de lo más necesario, como eran judías, garbanzos, arroz, aceite, sal, azúcar, café, especias, y aparte esto había botellas de vinos finos en cantidad, así como latería de anchoas, espárragos y almejas, pues aunque su cantidad no resolvía nada en las comidas que confeccionar, y por tanto desde un principio se dispuso no tocar nada y sólo por excepción de un trabajo excesivo o para enfermos se tomaban de allí vinos generosos, vermut o latería. Víveres para comer un plato en cada comida había para cinco o seis días, y pan; como tampoco había servicio de Intendencia, en Toledo se tenía por contrato con una panadería particular, así que apenas comenzó el asedio no se pudo suministrar.
Agua: Aunque se racionó para evitar su despilfarro, había en abundancia en los distintos pozos aljibes del Alcázar, que permitió no faltase este elemento vital tan necesario, pero que en todo momento estuvo debida y rigurosamente inspeccionada, tanto en su distribución diaria como en el traslado a diversos lugares para evitar su pérdida por bombardeos de artillería y aviación.
La falta de pan se pensó subsanar al principio consumiendo el trigo agorgojado que había para alimentación del ganado, como así se empezó, y después consumir la cebada del ganado; pero afortunadamente se descubrió un depósito de trigo propiedad de un Banco que estaba en las inmediaciones del Alcázar por la parte Este, que contenía unos dos mil sacos de trigo de noventa kilos cada uno y de excelente calidad. Con este hallazgo providencial y los caballos y mulos de la Academia y Guardia Civil se resolvió el problema de la alimentación, aunque en forma muy precaria, hasta que terminó el asedio, ya que la ración de pan que se podía fabricar en el horno de campaña no llegaba a los 18o gramos por el número tan elevado que había que producir y lo poco que rendía la pequeña molturación de trigo que había en el Museo de Intendencia; la carne tenía que estar severamente racionada, pues el asedio se prolongaba, y baste decir que al final de éste sólo quedaron sin sacrificar un caballo y cinco mulos, que hubiesen permitido, a lo máximo, la alimentación escasísima durante seis días.
Por el contrario, las fuerzas republicanas eran mucho mayores, tanto en material como en número. Es difícil saber cuántos combatieron porque se dio el fenómeno llamado “turismo revolucionario”, que consistía en que por la mañana venían desde Madrid en multitud de vehículos, pegaban unos cuantos tiros, para volver por la tarde a contar en la capital sus supuestas hazañas. En los 70 días que duró el asedio, del 22 de julio al 28 de setiembre de 1936, el Alcázar fue 35 veces bombardeado por la aviación republicana y recibió más de 15000 proyectiles de artillería de diversos calibres, además de fuego de fusilería constante. Pero lo que más daño hizo a la estructura fueron las dos minas de 3000 kg de trilita, cada una, que colocaron en sus cimientos en el asalto del 18 de setiembre, el más violento que sufrió el Alcazar, pero que pese a todo, gracias a la buena organización que dispuso Moscardó, solo costó 5 bajas a los defensores.
Muchos fueron los héroes de esta feroz resistencia, como el Capitán Don Luis Alba Navas, que ante las constantes mentiras del bando republicano sobre que el Alcázar había caído, decidió salir disfrazado de miliciano para informar de la verdad a las tropas nacionales, pero que fue descubierto y fusilado. Tampoco se puede olvidar al Cabo de la Guardia Civil Cayetano Caridad, que por haber trabajado como minero, vigilaba constantemente la progresión de la mina que preparaban los republicanos para volar el Alcázar, y que precisamente le tocó a él estar de guardia cuando esta explosionó. Cada uno de los que estuvo allí fue un héroe, incluso mujeres y niños que no pararon de animar, pero todo hubiera sido mucho más difícil sin la actuación de Moscardó, que desde un principio tuvo la iniciativa de anticiparse a los acontecimientos y armarse lo mejor posible en una posición fuerte. Aunque hubo algunas deserciones, supo mantener bien alta la moral de los habitantes de la fortaleza, incluso empezó a editar el famoso diario El Alcázar que tantos años siguió después, y en el que de una manera cómica se narraba el desarrollo de los acontecimientos.
Pero sobre todo Moscardó demostró su liderazgo con el ejemplo, aunque en sus cartas a su mujer muchas veces dice que se encuentra abatido, nunca selo demuestra a sus tropas, sino que no las para de animar. Porque así era, su mujer e hijo no habían podido reunirse con él en el Alcázar, y será con su hijo con quien Moscardó haga su mayor sacrificio como líder de la defensa, pues como hizo muchos siglos antes Guzmán el Bueno, no aceptará el chantaje de rendir la plaza a cambio de la vida de su hijo. De nuevo, quien mejor que el propio Moscardó para describir estos hechos:
El día 23 de julio, por la tarde, sonó el teléfono, pidiendo hablar conmigo. Me pongo al aparato, y resultó ser el Jefe de Milicias de Toledo, quien, con voz tonante, me dijo: «Son ustedes responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo, y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar, y, de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí a mi lado». Contesté: «No creo».
Jefe de Milicias.-«Para que vea que es verdad, ahora se pone al aparato». Hijo. -«¡Papá!»
Yo.-«¿Qué hay, hijo mío?»
Hijo.-«¡Nada; que dicen que si no te rindes me van a fusilar!»
Yo.-«¡Pues encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota, dando un grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!»
Hijo.-«¡Un beso muy fuerte, papá!»
Yo, al Jefe de Milicias. -«¡Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, pues el Alcázar no se rendirá jamás!»
Un mes después, el hijo de Moscardó fue fusilado sin compasión.
Finalmente, el Alcázar fue liberado por la columna del General Valera, la cual Moscardó se le presentó con la famosa frase “Sin novedad en el Alcázar, mi General”. Quizás algo menos famosa, pero igual de impactante es otra frase suya, esta vez al General Franco, cuando este llegó al día siguiente y Moscardó le dijo “Mi general, le entrego el Alcázar destruido, pero el honor queda intacto”. Pero no solo Moscardó habló de su hazaña, para no parecer partidistas que mejor que el testimonio de un periodista extranjero que afirmo “Arrodillémonos ante estos hombres: son la dignidad del mundo. Ellos nos engrandecen con su heroísmo. Por ellos estamos seguros de que el alma humana es todavía capaz de infinita grandeza”.
Moscardó fue ascendido a General de Brigada y luego de División por sus acciones en la guerra civil, donde siguió demostrando ser un gran líder militar. Además recibió la Laureada de San Fernando y con el tiempo Franco le otorgo la grandeza de España con el título nobiliario de Conde del Alcázar de Toledo.
Monumento a los Héroes del Alcázar |